lunes, 18 de julio de 2011

El cuaderno de Maya de Isabel Allende

Isabel Allende Llona (nació un dos de agosto de 1942 en Lima, Perú).
Hija del diplomático chileno Tomás Allende Pesce y de Francisca Llona Barros, nació en Lima mientras su padre se desempeñaba como embajador de Chile en el Perú. Su padre era primo hermano de Salvador Allende, presidente de Chile entre 1970-1973 . Isabel Allende es de ascendencia española (concretamente, vasca) por padre y de ascendencia portuguesa y española (vasca y castellana) por parte materna. Sus padres se separaron en 1945, y su madre retornó a Chile con ella y sus dos hermanos, donde vivió hasta 1946.

Entre 1953 y 1958, su familia residió sucesivamente en Bolivia y Beirut (Líbano). En Bolivia frecuentó una escuela estadounidense y en Beirut estudió en un colegio normal privado inglés.
En 1973 estrenó su obra de teatro El embajador. Ese mismo año, se produjo el golpe de Estado encabezado por el general Augusto Pinochet, en el que fallece Salvador Allende. En 1975 se autoexilió con su familia en Venezuela. En los 13 años que permaneció allí, trabajó en el diario El Nacional de Caracas y en una escuela secundaria hasta 1982, y publicó su primera obra teatral, La casa de los siete espejos (1975).

En 1981, teniendo su abuelo 99 años y estando él mismo a las puertas de la muerte, comenzó a escribirle una carta que se convirtió en un manuscrito: La casa de los espíritus (1982), su primera novela y su obra más conocida.
En 1984, publicó De amor y de sombra, la que rápidamente se convirtió en otro gran éxito, a la que siguieron: Eva Luna (1987), El plan infinito (1991), Hija de la fortuna (1999), Retrato en sepia (2000), La ciudad de las bestias (2002), El reino del dragón de oro (2003), El bosque de los pigmeos (2004), El Zorro: Comienza la leyenda (2005), Inés del alma mía (2006), La isla bajo el mar (2009).

En 1992 muere Paula, su hija de 28 años, a causa de una porfiria, que la dejó en coma en una clínica de Madrid. La dolorosa experiencia la impulsa a escribir Paula, libro autobiográfico epistolar donde relata como fue su niñez, juventud hasta llegar a la época del exilio.

Fuente: Wikipedia

El cuaderno de Maya es la última novela de Isabel Allende, narra la historia de una niña de 19 años de edad, estadounidense que encuentra refugio en una isla remota de la costa de Chile después de caer en una vida de drogas , la delincuencia y la prostitución.

Allí, en compañía de un sobreviviente de la tortura, un perro cojo, y otros personajes inolvidables, Maya Vidal escribe su historia, que incluye la persecución de una banda de asesinos, la policía, el FBI y la Interpol. En el proceso, ella descubre un secreto de familia terrible, y llega a comprender el significado del amor y la lealtad, y se inicia la mayor aventura de su vida: el viaje en su propia alma.


....Subimos dos tramos de una escalera sucia y maloliente y en cada piso alcancé a ver varias puertas desencajadas de los goznes, que daban a cuartos cavernosos. No encontramos a nadie en el trayecto, pero sentí voces, risas y vi unas sombras humanas inmóviles en esos cuartos abiertos. Más tarde me enteré de que en los dos pisos inferiores se juntaban adictos a esnifar, inyectarse, prostituirse, traficar y morir, pero nadie subía al tercero sin permiso. El tramo de la escalera que conducía al último piso estaba cerrada con una reja, que Leeman abrió con un dispositivo de control remoto, y llegamos a un pasillo relativamente limpio, en comparación con la pocilga que eran los pisos inferiores. Manipuló el cerrojo de una puerta metálica y entramos a un apartamento con las ventanas tapiadas, alumbrado por ampolletas del techo y la luz celeste de una pantalla. Un aparato de aire acondicionado mantenía la temperatura a un nivel soportable; olía a disolvente de pintura y menta. Había un sofá de tres cojines en buen estado, un par de baqueteados colchones en el suelo, una mesa larga, algunas sillas y un enorme televisor moderno frente al cual un muchacho de unos doce años comía palomitas de maíz tirado por el suelo.
—¡Me dejaste encerrado, cabrón! —exclamó el chico sin despegar los ojos de la pantalla.
—¿Y? —replicó Brandon Leeman.

—¡Si hubiera un jodido incendio me cocino como salchicha!

—¿Por qué habría de haber un incendio? Este es Freddy, futuro rey del rap —me lo presentó—. Freddy, saluda a esta chica. Va a trabajar conmigo.

Freddy no levantó la vista. Recorrí la extraña vivienda, donde no había muchos muebles, pero se amontonaban computadoras anticuadas y otras máquinas de oficina en las piezas, varios inexplicables sopletes de butano en la cocina, que parecía no haberse usado jamás para cocinar, cajas y bultos a lo largo de un pasillo.

El apartamento se conectaba con otro del mismo piso a través de un gran hueco abierto en la pared, aparentemente a mazazos. «Aquí es mi oficina y allá duermo», me explicó Brandon Leeman. Pasamos agachados por el hueco y llegamos a una sala idéntica a la anterior, pero sin muebles, también con aire acondicionado, las ventanas clausuradas con tablones y varios cerrojos en la puerta que daba al exterior. «Como ves, no tengo familia», dijo el anfitrión, señalando con un gesto exagerado el espacio vacío. En una de las piezas había una cama ancha deshecha, en un rincón se apilaban cajones y una maleta, y frente a la cama había otro televisor de lujo. En la habitación de al lado, más reducida y tan sucia como el resto del lugar, vi una cama angosta, una cómoda y dos mesitas de noche pintadas de blanco, como para una niña.

—Si te quedas, ésta será tu pieza —me dijo Brandon Leeman.
—¿Por qué están tapiadas las ventanas?

—Por precaución, no me gustan los curiosos. Te explicaré en qué consistiría tu trabajo. Necesito una chica de buena presencia, para que vaya a hoteles y casinos de primera categoría. Alguien como tú, que no levante sospechas.

—¿Hoteles?

—No es lo que te imaginas. No puedo competir con las mafias de prostitución. Es un negocio brutal y aquí hay más putas y chulos que clientes. No, nada de eso, tú sólo harías las entregas donde yo te indique.

—¿Qué clase de entregas?

—Drogas. La gente con clase aprecia el servicio a la habitación.

—¡Eso es muy peligroso!

—No. Los empleados de los hoteles cobran su tajada y hacen la vista gorda, les conviene que los huéspedes se lleven una buena impresión. El único problema podría ser un agente de la brigada antivicio, pero nunca ha aparecido ninguno, te prometo. Es muy fácil y te va a sobrar dinero.

—Siempre que me acueste contigo...

—¡Oh, no! Hace tiempo que no pienso en eso y vieras tú cómo se me ha simplificado la vida. —Se rió de buena gana Brandon Leeman—. Tengo que salir. Trata de descansar, mañana podemos empezar.

—Has sido muy amable conmigo y no quisiera parecer malagradecida, pero en realidad no te voy a servir. Yo...

—Puedes decidir más tarde —me interrumpió—. Nadie trabaja para mí a la fuerza. Si quieres irte mañana, estás en tu derecho, pero por el momento estás mejor aquí que en la calle, ¿no?

Me senté en la cama, con mi mochila en las rodillas. Sentía un regusto de grasa y cebolla en la boca, la hamburguesa me había caído como un peñasco en el estómago, tenía los músculos adoloridos y los huesos blandos, no daba más. Recordé la esforzada carrera para escapar de la academia, la violencia de la noche en el motel, las horas viajando en el camión aturdida por los residuos de la droga en el cuerpo, y comprendí que necesitaba reponerme.

—Si prefieres, puedes venir conmigo, para que conozcas mis canchas, pero te advierto que la noche será larga....

sábado, 2 de julio de 2011

Tres sombreros de copa de Miguel de Mihura

Miguel Mihura Santos (Madrid, 21 de julio de 1905 – Madrid, 28 de octubre de 1977) fue un escritor, historietista y periodista español.

Su padre fue Miguel Mihura Álvarez. Fue un niño muy hipocondríaco y sensible. El joven Mihura abandonó sus estudios para dedicarse al humor y la historieta en revistas como Gutiérrez, Macaco, Buen Humor y Muchas Gracias.

Durante los años veinte, trabajó como periodista: Son años de una cierta bohemia, de tertulias en los cafés, donde conocerá a importantes periodistas del género humorístico como Tono, Edgar Neville y Enrique Jardiel Poncela; este último le influyó poderosamente en el estilo. Mihura fue uno de los fundadores de las revistas humorísticas La Ametralladora y La Codorniz.

Aunque empezó a escribir antes de la guerra, su reconocimiento fue tardío, pues sólo estrenó con regularidad a partir de la década de los cincuenta: en 1932 escribió Tres Sombreros de Copa, que no publicó hasta 1947, y no fue representada hasta 1952 (veinte años después de ser escrita); se trata de una comedia considerada como una de las obras maestras del teatro humorístico y que anticipa algunos aspectos del Teatro del absurdo; en ella se enfrentan el mundo de las restricciones y convencionalismos y el de la libertad y la imaginación, tema que será constante en su obra.

Durante la Guerra Civil, se refugió en San Sebastián con el bando nacional y militó en la Falange Española. Allí fue director de una revista de propaganda para los soldados del frente. Más tarde, en 1941, esta revista se convertirá en La Codorniz, considerada como el estandarte paródico de las convenciones sociales del momento. El tema de la libertad aparecerá también en ¡Sublime decisión! (1955), Mi adorado Juan (1956) y La bella Dorotea (1963), si bien desde perspectivas diferentes. En la primera, trata la emancipación de la mujer a finales del siglo XIX. En la segunda, invita al espectador a vivir al margen de las estrictas y convencionales normas sociales. En la última, refleja el enfrentamiento de Dorotea con una sociedad mezquina y cruel.

fuente:Wikipedia

Un capricho, un lujo, una pluma de perdiz que se pone uno en el sombrero, el humor verdadero no se propone enseñar o corregir, porque no es esta su misión, es lo mas limpio de intenciones, el juego mas inofensivo, lo mejor para pasar las tardes, es como un sueño inverosímil que al final se ve realizado, así definía Miguel Mihura el humor de dos de sus comedias Tres sombreros de copa y Maribel y la extraña familia, escrita en 1932 y estrenada veinte años después, que está considerada como una de las obras maestras del teatro humorístico.

Esta obra supone, por su originalidad, una ruptura con el teatro cómico anterior. Mihura la escribió en unos tres meses, y según sus propias declaraciones, la creó "sin esfuerzo" y "con facilidad, con alegría, con sentimiento". Consideraba que había encontrado con esta obra un estilo propio y sin influencias ajenas, y se mostró orgulloso de su "virtud melódica", de su ritmo, de "esa cadencia especial que sonaba a verso".

Según Arturo Ramoneda, en esta obra, Mihura contrapone, mediante una feliz convivencia de lo poético y sentimental con lo humorístico y satírico, dos mundos enfrentados e irreconciliables:

- el burgués, hipócrita, rígido y limitado por una moral estricta,
- y otro más libre y vital, opuesto a la rutina y a los convencionalismos, en el que todavía es posible la imaginación y la pureza de sentimientos.

El argumento de Tres sombreros de copa es sencillo, incluso tópico: tras siete años de tenaz noviazgo, Dionisio, un joven de veintisiete años, va a casarse con Margarita, "una virtuosa señorita" de veinticinco. La noche previa a la boda se hospeda en un hotel donde conoce a Paula, una atractiva chica de dieciocho años (aproximadamente ya que no conoce su edad) de la que se siente especialmente atraído. La muchacha trabaja en un circo y al día siguiente debutará en el Nuevo Music-Hall. A lo largo de la obra, Dionisio descubre por medio de Paula una manera distinta de vivir, de entender el mundo y de alcanzar la felicidad; gracias a la joven vislumbra la posibilidad de una existencia más imaginativa y libre. Sin embargo, cuando en el momento culminante de la acción deba decidirse entre Paula y Margarita, Dionisio no se atreverá a cambiar de vida, y opta por vivir con la burguesía.


DON ROSARIO. Pase usted, don Dionisio. Aquí, en esta habitación, le hemos puesto el equipaje.

DIONISIO. Pues es una habitación muy mona, don Rosario.

DON ROSARIO. Es la mejor habitación, don Dionisio. Y la más sana. El balcón da al mar. Y la vista es hermosa. (Yendo hacia el balcón.) Acérquese. Ahora no se ve bien porque es de noche. Pero, sin embargo, mire usted allí las lucecitas de las farolas del puerto. Hace un efecto muy lindo. Todo el mundo lo dice. ¿Las ve usted?

DIONISIO. No. No veo nada.

DON ROSARIO. Parece usted tonto, don Dionisio.

DIONISIO. ¿Por qué me dice usted eso, caramba?

DON ROSARIO. Porque no ve las lucecitas. Espérese. Voy a abrir el balcón. Así las verá usted mejor.

DIONISIO. No. No, señor. Hace un frío enorme. Déjelo. (Mirando nuevamente.) ¡Ah! Ahora me parece que veo algo. (Mirando a través de los cristales.) ¿Son tres lucecitas que hay allá a lo lejos?

DON ROSARIO. Sí. ¡Eso! ¡Eso!

DIONISIO. ¡Es precioso! Una es roja, ¿verdad?

DON ROSARIO. No. Las tres son blancas. No hay ninguna roja.

DIONISIO. Pues yo creo que una de ellas es roja. La de la izquierda.

DON ROSARIO. No. No puede ser roja. Llevo quince años enseñándoles a todos los huéspedes, desde este balcón, las lucecitas de las farolas del puerto, y nadie me ha dicho nunca que hubiese ninguna roja.

DIONISIO. Pero ¿usted no las ve?

DON ROSARIO. No. Yo no las veo. Yo, a causa de mi vista débil, no las he visto nunca. Esto me lo dejó dicho mi papá. Al morir mi papá me dijo: «Oye, niño, ven. Desde el balcón de la alcoba rosa se ven tres lucecitas blancas del puerto lejano. Enséñaselas a los huéspedes y se pondrán todos muy contentos...» Y yo siempre se las enseño...

DIONISIO. Pues hay una roja, yo se lo aseguro....

sábado, 18 de junio de 2011

El pais bajo mi piel de Gioconda Belli

Gioconda Belli (Managua, Nicaragua, 9 de diciembre de 1948) .
Es una de las más populares escritoras nicaragüenses.

Comenzó a escribir poesía, siendo premiada por sus poemas en 1970. Se opuso a la dictadura del general Somoza. Esto le valió verse obligada a emprender el exilio rumbo a México y Costa Rica. Fue durante años refugiada política. El régimen de Somoza la había condenado a prisión. Desde 1970 fue militante revolucionaria del Frente Sandinista de Liberación Nacional FSLN, organizacíon clandestina y perseguida cuyo objeto era la eliminación del régimen de Somoza. Tras su final ocupó cargos en el nuevo gobierno revolucionario. Destaca como autora de poesía y de novela. Primero con obras poéticas como Línea de Fuego, premio Casa de las Americas 1.978, Truenos y Arco Iris y De la costilla de Eva. Más tarde, en 1988, publicó una exitosa novela, titulada La mujer habitada.

Su libro “Sobre la grama” le ganó en 1972, el premio de poesía más prestigioso del país en esos años, el “Mariano Fiallos Gil” de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua.

En 1988, Belli publicó su primera novela “La Mujer Habitada”
en 1990 "Sofia de los presagios"
en 1996 " Waslala"
en 2008 " El infinito en la palma de la mano"
en 2.010 " El país de las mujeres"

fuente:Wikipedia

El País bajo mi piel (2.001) un testimonio-memoria de sus años en el sandinismo. Con la sinceridad e intimidad de quien cuenta confidencias, Gioconda Belli relata en este libro los años decisivos de su vida. Con la prosa fluida y poética que le ha ganado tantos lectores en el mundo, nos hace acompañarla en su viaje interior hacia el descubrimiento del amor, la sexualidad y la maternidad, así como hacia la convicción de que haciendo la revolución podía cambiar la realidad de su país. Sun pretenciones de poseer la verdad absoluta, esta mujer apasionada, madre, intelectual y revolucionaria, nos presenta una visión amorosa y crítica de uno de los procesos revolucionarios más memorables de América Latina.

En un texto rico en registros, la autora va revelando los acontecimientos que la llevaron a vivir dos experiencias muy diferentes: una vida en la revolución sandinista hasta 1990, y una vida de escritora en California desde entonces. Con el amor como fuerza articuladora de su existencia, Gioconda reivindica en este testimonio aquello de que "lo personal es político" y defiende ardientemente el valor de la pasión, el romanticismo y el idealismo".

....
De como terminaron cuarenta y cinco años de dictadura (San José, Managua, 1979) A principios de junio el avance revolucionario era incontenible, en casi todas las ciudades de Nicaragua se combatía en las calles, en su oficina a prueba de bombas, conocida como el bunker, Somoza se aferraba a los restos de su poder.
Volví a ver a modesto un par de veces más antes de que se marchara definitivamente a nicaragua, otra vez nos despedimos y un día de tantos, en San José –a través del equipo de radio con el que manteníamos comunicación con los frentes de guerra en el interior del país, lo oí hablar desde la norteña ciudad de Matagalpa, algo como náusea se me agolpó en el pecho cuando lo imaginé atrincherado en la pequeña ciudad, un lugar de brumas y clima fresco, con callecitas de tierra apisonada que se perdían en las montañas circundantes, la zona, asediada por la guardia nacional, era bombardeada por aire incesantemente, me preocupé, pero también me alegré por él, al fin se hallaba en nicaragua, combatiendo al lado de sus tropas, allí habría querido estar yo, la retaguardia era importante, pero ansiaba que llegara el momento de poder participar en el esfuerzo fundamental de aquella lucha: el combate dentro del país.

Mi casa era un centro de actividades sandinistas, todo el día salía y entraba gente en el apartamento al que nos mudamos cuando mermaron nuestros ingresos porque yo dejé de recibir un salario, era pequeño y se hallaba cerca de la universidad, Maryam y Melissa seguían yendo a la escuela, Camilo, un bebé gordito, pelirrojo, bellísimo, daba sus primeros pasos, Sergio sufría mi desamor mal disimulado, el exceso de trabajo, los viajes, apenas dejaban tiempo para resolver las tensiones que se acumulaban entre los dos. Él se aferraba a mí, pero yo, abotagada por la intensidad de las emociones y los menesteres que cada día traía consigo, era insensible y hasta cruel, sola y confundida rumiaba mi disyuntiva, a menudo deseaba que Sergio fuera menos bueno, complaciente, y perseverante, habría sido más fácil rechazarlo, a pesar de su dogmatismo, de su rigidez moralista que me irritaba, Sergio era un hombre de una nobleza extraordinaria, mucho mejor pareja, en muchos sentidos, que modesto cuyo carácter mostraba suficientes señales de peligro como para que yo advirtiera la precaria y efímera felicidad que podía ofrecerme.

¡Ah, pero qué ciegos podemos ser los seres humanos cuando nos enamoramos! yo quería a Sergio, no podía menos que quererlo, pero de modesto me había enamorado terrible, ciega e irremediablemente, puesta a escoger entre ambos, no sabía qué hacer, los quería a los dos, juntos formaban mi hombre perfecto, desafortunadamente, no vivía en una tribu donde fuera lícita la poliandria.

San José se había convertido en el refugio de cuantos huían de nicaragua y de quienes, viendo próximo el fin de la dictadura, trataban de aliarse a los vencedores, banqueros, economistas, empresarios privados se ofrecían para trabajar en los planes de reconstrucción que se pondrían en marcha cuando se fuera Somoza, no le decíamos que no a nadie, nos alegraba contar con tantas inteligencias dispuestas, Malena, su marido, Eduardo y yo organizamos grupos de trabajo para elaborar los planes del nuevo gobierno, otros propusieron nombres de personas para ocupar cargos ministeriales, el gabinete incluía una sola mujer: Lea Guido, ministra de bienestar social, algunas de nosotras protestamos por la ausencia de nombres femeninos, pero nuestras protestas cayeron en el vacío.

Junio y julio de 1979 fueron meses frenéticos, se liberaban ciudades: león fue la primera. luego Diriamba, Masaya, Matagalpa, Jinotepe, Estela, cada día salían vuelos clandestinos desde san José hacia los frentes de guerra, siempre que podía me acercaba a la casa donde funcionaba la radio que nos comunicaba con los frentes de guerra, me enteraba de las órdenes, del desorden y el avance de los combates. a las nueve, todas las noches, los comandantes de cada frente conferenciaban con palo alto, la estación de radio a cargo de Humberto ortega en san José, se me ponía la piel de gallina escuchando los partes, el informe de las acciones, las historias de heroísmo de los combatientes que ya a estas alturas actuaban con un arrojo temerario, el embajador norteamericano, Lawrence Pezullo, intentaba desesperadamente negociar la permanencia de algunos generales de la guardia nacional en un ejército sin Somoza, en una reunión especial de la OEA, Washington propuso que una fuerza interamericana de paz interviniera en nicaragua, su propuesta fue derrotada por el voto de la mayoría de países latinoamericanos.

De ese último mes sólo recuerdo la punzante sensación de irrealidad que me seguía a las reuniones en las que periodistas o políticos me hacían preguntas cuyas respuestas me tocaba improvisar, cosas como qué haría el gobierno revolucionario con la propiedad privada, con la guardia somocista, si tendríamos relaciones con cuba, con Moscú, a veces me daba la impresión de que no hablaban de mi pequeño país, abandonado por todos durante medio siglo a merced de un dictador sanguinario, sino de un país poderoso donde se decidirían asuntos cruciales para el futuro de América latina. a la par de la simpatía, abundaba la desconfianza hacia nosotros, hasta los periodistas nos daban consejos, me enorgullecía comprobar que la lucha sandinista había logrado capturar la simpatía de muchos, la gente se sentía emocionalmente involucrada con el resultado final de un triunfo que, a esas alturas, pocos ponían en duda.

En la retaguardia no descansábamos, nos turnábamos para hacer un poco de todo, igual repartíamos panfletos que hacíamos, turnos en la radio o llevábamos armas de aquí para allá arriesgándose a desafiar a la guardia a pesar de su inferioridad técnica, era una guerra de locos, el pueblo alzado desbordaba a menudo las capacidades de los comandantes sandinistas para dirigirlo, el 28 de junio en Managua, ante una ofensiva gigantesca de la guardia nacional contra los barrios orientales, el estado mayor del frente interno ordenó el repliegue de las fuerzas guerrilleras a Masaya, al atardecer, cuando los compañeros iniciaron la retirada, miles de pobladores decidieron sumarse a ellos, los combatientes se vieron obligados a apacentar un rebaño de más de tres mil personas a lo largo de treinta kilómetros, caminando por cauces y veredas en silencio para no alertar a la aviación y al ejército de la dictadura, la mayoría de este río humano logró llegar con vida a Masaya, ciudad liberada, en la madrugada del día siguiente, aquel repliegue multitudinario bajo las mismas narices de la guardia nacional, convirtió un revés militar en un triunfo extraordinario, se salvaron miles de personas que habrían perecido en los bombardeos que la aviación de Somosa empezó no bien salió el sol.

El 4 de junio se inició en Managua la última huelga general, patrullas de la guardia nacional recorrían la ciudad silenciosa a la espera de la batalla final, veinticinco localidades del país se hallaban alzadas en armas, sus calles interrumpidas por trincheras hechas con sacos, adoquines, puertas arrancadas, camiones volcados con las llantas quemadas, los barrios orientales de Managua quedaron prácticamente deshabitados, por todas partes pululaban los guerrilleros clandestinos, en uno de esos barrios fue asesinado Bill Stewart, periodista de la cadena ABC, mientras su camarógrafo filmaba, él se acercó al retén del ejército, un soldado le ordenó tenderse en el suelo con las manos cruzadas detrás de la nuca, después de darle una patada, el soldado con un gesto displicente lo mató como a un perro de un disparo en la cabeza, Bill Stewart sería el primer sorprendido de una muerte tan súbita, su cuerpo dio un salto y se quedó quieto sobre el pavimento, el camarógrafo, que había filmado el asesinato, tuvo la presencia de ánimo para retirarse y logró sacar la filmación del país, esa noche estaciones de televisión en todo el mundo transmitieron el material, lo recuerdo perfectamente, jamás olvidaré la imagen escalofriante del soldado, la absoluta naturalidad con que apuntó y disparó. se puso en evidencia lo que los nicaragüenses enfrentaban a diario, las fotos de Susan Meiselas, la destacada y valiente fotógrafa de la agencia gamma, habían aparecido en las primeras planas de los diarios en estados unidos: gente huyendo de los bombardeos, cadáveres incinerados en las calles de Matagalpa, Estelí, León, todas ciudades principales de Nicaragua; pero lo de Bill Stewart causó la conmoción que no lograron provocar cientos de asesinatos anónimos, su muerte fue decisiva para que Somoza perdiera el favor de Estados Unidos.

Poco después la guardia somocista abatió a balazos al chofer y camillero de una ambulancia de la cruz roja, la comunidad internacional reaccionó.

El 17 de junio de 1979, México, Costa Rica, Ecuador y Panamá rompieron relaciones diplomáticas con Gomosa, el sandinismo anunció en Costa Baca la formación del gobierno provisional, compuesto por Violeta Chamorro, la viuda de Pedro Joaquín, Moisés Hassan, profesor de matemáticas y miembro del movimiento Pueblo Unido, Alfonso Róbelo, empresario privado, Daniel Ortega por el FSLN y Sergio Ramírez por el grupo de los doce....


jueves, 2 de junio de 2011

La tristeza del samurái de Victor del Árbol


Victor del Árbol
Soy el hijo mayor de una familia numerosa. Mis padres llegaron a Barcelona cuando todavía no era una ciudad olímpica ni posmoderna, sino la de Porcioles, los barrios de Bellvitge y La Mina y el Carrilet. Mi padre fue boxeador, legionario y mil cosas más. Mi madre es una mujer menuda, silenciosa y de una increíble inteligencia emotiva. Ella nos impuso ir cada día a la biblioteca del barrio, para poder trabajar por las tardes limpiando.
A los 14 años quise ser misionero, gracias a un sacerdote de barrio, el Pere Adell. Nunca volví a verle, pero recuerdo su voz y que tenía soriasis. Gracias a él ingresé en el seminario diocesano de Nuestra Señora de Montealegre, durante los que son, sin duda, los mejores años de mi vida: de compañeros, de estudios, de vivencias. Interno, lejos de casa, donde otros veían prisión yo encontré libertad.

Me enamoré de una chica, y a los dieciocho años le pregunté a Dios si podría aceptar a un sacerdote incapaz de respetar el celibato. Esa misma pregunta se la hice al rector del Seminario, Monseñor Prats, y la respuesta fue que no, así que abandoné mis estudios y me puse a buscar trabajo. Por aquel entonces mis padres habían vuelto a Almendralejo, en Extremadura.

Un día vi a un policía Nacional en la calle. Una madre estaba abofeteando salvajemente a su hijo pequeño. El policía se bajó del patrulla, detuvo a la madre y se sentó en la acera con el niño. Parece ridículo, pero eso me hizo pensar. Quise ser policía, o algo por el estilo. Encontré un anuncio de la Generalitat, buscaban gente con valores, buenos principios, fe democrática y en los derechos humanos para crear la base de una nueva policía...

Me gradué como Mosso d'Esquadra en el 92, el año mágico de Barcelona... ¿quién podía dejar de soñar con un futuro mejor? La Escuela, la escolta en el domicilio de Pujol, El Palau de la Generalitat, la Protección de Menores, mil destinos que han ido dejando un cierto poso de desengaño, pero ¿sabe? aún me acuerdo de ese policía nacional, y gracias a él sigo creyendo en mi trabajo al margen de ideologías o políticas que cambian cada cuatro años.

Obras:
  • El peso de los Muertos (2006) Premio Tiflos de Novela
  • El abismo de los sueños (2008) finalista en el premio Fernando de Lara.

La tristeza del samurái: dos tramas se desarrollan de forma paralela; una en Extremadura en el año 1941; la otra en Barcelona en 1981. Un crimen cometido durante la posguerra española produce consecuencias en tres generaciones de la familia Alcalá y en aquellos que se han cruzado en sus vidas durante cuarenta años. Complots, secuestros, asesinatos, torturas, violencia machista, son algunos ingredientes de esta fantástica novela.

Con un estilo descriptivo pero no por ello lento, el autor narra los acontecimientos ocurridos y poco a poco va entrelazando los personajes de ambas tramas, entrando en la psicología de cada uno de ellos. El resultado es una magnífica novela de intriga e investigación, de sentimientos y rencores, de amor y odio, de ambición y dolor, de hipocresía y sobre todo de culpa, una lacra que se transmite de generación en generación, donde los hijos heredan los delitos de los padres y los nietos los de sus abuelos.


....
—No hay consuelo para lo que tu familia me hizo, Marta Alcalá. Ni siquiera la venganza me lo da, pero puedo redimirte con el mismo dolor que me dieron los tuyos. Sé qué clase de mujer eres. Te crees mejor que yo. Me consideras un bárbaro. —Cogió la pluma y se la ofreció—. Entiendo que te cause repulsa, lo entiendo, de verdad. Eres esa clase de mujer que eleva el ego de cualquier hombre: guapa, culta, voluptuosa... Sabes que dominas a los hombres, piensas que tus piernas y tus tetas lo pueden todo. Pero conmigo no te van a servir tus encantos. Yo lo único que veo es un cordero, un cordero que debe expiar los pecados de otros. Y créeme, haré lo necesario para exprimirte hasta sacarte todo lo que llevas dentro. Te dejaré vacía, Marta, como vacío estoy yo. Y sí, disfrutaré haciéndolo. Así que no me provoques, porque nadie vendrá a rescatarte. Escribe el nombre de los asesinos de tu familia, escribe sus pecados. —Su voz era glaciar, tranquila y amenazante. Como la mirada de pedernal.
Marta cogió la pluma. Los dedos le temblaban. Suspendió un instante la afilada punta en el aire.
—¡Empieza a escribir! —gritó de repente el hombre, dando un golpe con la palma de la mano encima de la mesa.
Marta se encogió. Tomó la pluma y con trazo titubeante escribió:
«Yo, Marta Alcalá, nieta de Marcelo Alcalá, declaro que mi abuelo fue el vil asesino de Isabel Mola...»Entonces, su mano se detuvo.
—Continúa. —El hombre la cogió por el cuello. La estaba ahogando.
«...Y que mi padre, César Alcalá, así como yo misma, somos también culpables de ese crimen, pues llevamos tan ignominioso apellido...»El hombre pareció darse por satisfecho. Aflojó la presión sobre su cuello y acercando al oído de Marta su boca babosa le escupió palabras afiladas como agujas.
—Todo el mundo te da por desaparecida, nadie sabe que estás aquí, y eso significa que eres mía. Puedo hacerte lo que quiera, golpearte, torturarte, puedo ordenarle a mis hombres que te violen... Quizá engendres otro maldito depravado que añadir a tu familia.
De repente Marta sintió un fuerte golpe en la nuca y dio de bruces contra el suelo.
A partir de ese momento se abrieron las puertas del infierno.
Se sucedieron los golpes, los gritos y los insultos. Aquel monstruo la obligaba a permanecer en cuclillas. Cuando las piernas se le dormían y los dedos de los pies le sangraban y se caía al suelo, la arrastraba por los pelos y la obligaba a empezar otra vez. Después la zarandeaba, pasándola de mano en mano. Le tocaba los pechos por encima de la ropa, le metía la mano en la entrepierna y le decía toda clase de obscenidades en la cara. El hombre hablaba, amenazaba, cambiaba el ritmo y se tornaba amable y complaciente, y luego volvía a ser agresivo. Pero Marta no oía la mayor parte de lo que le decía. Veía moverse su boca sin labios pero las palabras se esfumaban en cuanto tocaban el aire. Su mente vagaba en otra parte.
Cuando se cansó de aquella danza tenebrosa, el hombre la desnudó. Marta no se resistió. No era más que una muñeca de trapo. Lo dejó hacer.
El hombre la observaba con parsimonia. Reconoció que era hermosa, a pesar de los cardenales que le llenaban buena parte del cuerpo y de la suciedad de excrementos resecos en la cara interior de los muslos. Se acercó despacio. Tirando de la cabellera hacia atrás, obligó a Marta a que lo mirase a los ojos.
—¿No comprendes tu situación todavía? Te arrancaré los ojos con una cuchara, quemaré esos bonitos pezones negros que tienes, te joderé por cada uno de tus bonitos agujeros hasta que me harte... Y aun así, no te dejaré morir. No hasta que yo lo decida.
Marta no contestó. Se tapaba como podía el pubis y el pecho. Sus ojos tenían una mirada de abandono, sin luz, sin esperanza.
No era esa la mirada que el hombre quería provocar. Esperaba un temblor bovino en sus pupilas, la asunción de todos los terrores que ella pudiera imaginar. Un pánico tal que la arrojase al vacío, que la empujase a decir lo que él quisiera escuchar. Era metódico y frío, la violencia era un medio para alcanzar un fin; únicamente cuando ya había obtenido el resultado apetecido se convertía en un placer...

miércoles, 18 de mayo de 2011

Crimen y Castigo de Fiodor Dostoyevski

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski (Moscú, 11 de noviembre 1821 - San Petersburgo, 9 de febrero 1881) es uno de los principales escritores de su época en la Rusia Zarista; la literatura de Dostoyevski explora la psicología humana en el complejo contexto político, social y espiritual de la sociedad rusa del siglo XIX. Walter Kaufmann citó las Memorias del subsuelo (1864), escritas con la amarga voz del anónimo «hombre subterráneo», como «la mejor obertura para el existencialismo jamás escrita». En el mismo sentido, el prestigioso intelectual y escritor austriaco Stefan Zweig consideró al escritor ruso como «el mejor conocedor del alma humana de todos los tiempos». Su obra, aunque escrita en el siglo XIX, refleja al hombre y la sociedad de hoy. Sigmund Freud dijo en su obra Dostoievski y el parricidio que el capítulo de «El gran inquisidor», de la novela Los hermanos Karamazov, era una de las cumbres de la literatura universal.

Fiódor Dostoyevski no siempre tuvo una vida basada en la literatura, primeramente, por decisión de su padre, Fiódor ingresó a la Escuela de Ingenieros Militares, en San Petersburgo. La noción y fascinación por la literatura surgió tras la muerte de su padre y su graduación.La primera obra de cuya publicación se tiene constancia fue Pobres gentes, publicada a comienzos de 1846 en formato epistolar, obteniendo buena respuesta de parte del público y crítica. A esta obra le siguió El doble, Noches blancas,Niétochka Nezvánova, Humillados y ofendidos, Recuerdos de la casa de los muertos, Memorias del subsuelo....



La historia narra la vida de Ródion Raskolnikov, un estudiante de derecho en la capital de la Rusia Imperial, San Petersburgo. Este joven ve trabados sus sueños por la miseria en la cual se ven envueltos él y su familia, debiendo congelar sus estudios por falta de dinero. En búsqueda de dinero llega a conocer a una vil y egoísta anciana, la cual ejerce el oficio de prestamista.

Raskolnikov, a pesar de su pobreza, decide asesinar a la anciana, no con el fin de robarle -lo que se refleja en el hecho de que regala a una familia desconocida todo su dinero para que entierren al padre, el oficial Marmeladov- sino por considerarla un ser humano inútil para la sociedad, un piojo que sólo puede entorpecer a quienes la rodean. Sin embargo, la posición de Raskolnikov es mucho más compleja: ha asumido que la sociedad se halla divida en dos tipos de seres humanos; aquellos superiores que tienen derecho a cometer crímenes en pro del bienestar general de la sociedad y aquellos inferiores que deben estar sometidos a las leyes, cuya única función es la reproducción de la raza humana. La única justificación moral que puede tener la acción de Raskolnikov es que él sea un hombre superior, en cuyo caso no ha de sentir ningún tipo de arrepentimiento por su acción. La culminación psicológica del libro ocurre cuando Raskolnikov se ve perseguido por su arrepentimiento, el que le demuestra que no puede convertirse en un hombre superior y que por lo tanto pertenece al tipo de hombre que tanto desprecia. Raskolnikov se entrega a la autoridades aun cuando no existe ninguna prueba contra él y un inocente se ha declarado culpable, víctima de las presiones policiales. Es enviado a las cárceles en Siberia para cumplir su condena y Sonia (hija de Marmeladov) se va con él a acompañarlo al presidio, en donde Raskolnikov se da cuenta de que la ama y que quiere terminar su condena para vivir junto a ella.

fuente:Wikipedia

....Raskolnikof se desabrochó el gabán y sacó el hacha del nudo corredizo, pero la mantuvo debajo del abrigo, empuñándola con la mano derecha. En las dos manos sentía una tremenda debilidad y un embotamiento creciente. Temiendo estaba que el hacha se le cayese. De pronto, la cabeza empezó a darle vueltas.
Pero ¿cómo demonio has atado esto? ¡Vaya un enredo! exclamó la vieja, volviendo un poco la cabeza hacia Raskolnikof.

No había que perder ni un segundo. Sacó el hacha de debajo del abrigo, la levantó con las dos manos y, sin violencia, con un movimiento casi maquinal, la dejó caer sobre la cabeza de la vieja.


Raskolnikof creyó que las fuerzas le habían abandonado para siempre, pero notó que las recuperaba después de haber dado el hachazo.


La vieja, como de costumbre, no llevaba nada en la cabeza. Sus cabellos, grises, ralos, empapados en aceite, se agrupaban en una pequeña trenza que hacía pensar en la cola de una rata, y que un trozo de peine de asta mantenía fija en la nuca. Como era de escasa estatura, el hacha la alcanzó en la parte anterior de la cabeza. La víctima lanzó un débil grito y perdió el equilibrio. Lo único que tuvo tiempo de hacer fue sujetarse la cabeza con las manos. En una de ellas tenía aún el paquetito. Raskolnikof le dio con todas sus fuerzas dos nuevos hachazos en el mismo sitio, y la sangre manó a borbotones, como de un recipiente que se hubiera volcado. El cuerpo de la víctima se desplomó definitivamente. Raskolnikof retrocedió para dejarlo caer. Luego se inclinó sobre la cara de la vieja. Ya no vivía. Sus ojos estaban tan abiertos, que parecían a punto de salírsele de las órbitas. Su frente y todo su rostro estaban rígidos y desfigurados por las convulsiones de la agonía.


Raskolnikof dejó el hacha en el suelo, junto al cadáver, y empezó a registrar, procurando no mancharse de sangre, el bolsillo derecho, aquel bolsillo de donde él había visto, en su última visita, que la vieja sacaba las llaves. Conservaba plenamente la lucidez; no estaba aturdido; no sentía vértigos. Más adelante recordó que en aquellos momentos había procedido con gran atención y prudencia, que incluso había sido capaz de poner sus cinco sentidos en evitar mancharse de sangre... Pronto encontró las llaves, agrupadas en aquel llavero de acero que él ya había visto.


Corrió con las llaves al dormitorio. Era una pieza de medianas dimensiones. A un lado había una gran vitrina llena de figuras de santos; al otro, un gran lecho, perfectamente limpio y protegido por una cubierta acolchada confeccionada con trozos de seda de tamaño y color diferentes. Adosada a otra pared había una cómoda. Al acercarse a ella le ocurrió algo extraño: apenas empezó a probar las llaves para intentar abrir los cajones experimentó una sacudida. La tentación de dejarlo todo y marcharse le asaltó de súbito. Pero estas vacilaciones sólo duraron unos instantes. Era demasiado tarde para retroceder. Y cuando sonreía, extrañado de haber tenido semejante ocurrencia, otro pensamiento, una idea realmente inquietante, se apoderó de su imaginación. Se dijo que acaso la vieja no hubiese muerto, que tal vez volviese en sí... Dejó las llaves y la cómoda y corrió hacia el cuerpo yaciente. Cogió el hacha, la levantó..., pero no llegó a dejarla caer: era indudable que la vieja estaba muerta....


lunes, 2 de mayo de 2011

¿ Acaso no matan a los caballos? de Horace McCoy


Horace McCoy (Pegram, Tennessee, 14 de abril de 1897 – Beverly Hills, Condado de Los Ángeles, California, 15 de diciembre de 1955) fue un escritor estadounidense de novelas hard-boiled situadas en el periodo de la Gran Depresión. Su novela más conocida es They Shoot Horses, Don't They? (¿Acaso no matan a los caballos?, 1935), que dio origen a una película del mismo título (Danzad, danzad, malditos, 1969).

Entre 1919 y 1930 trabajó como periodista deportivo para el Dallas Journal en Texas, y a finales de los años 20 empezó a publicar historias del género pulp. Durante la Depresión, McCoy se trasladó a Los Ángeles en un intento por ser actor. Como tal trabajó en The Hollywood Handicap (1932). Uno de sus trabajos en Santa Mónica le proporcionó inspiración para una de sus obras más conocidas, They Shoot Horses, Don't They? (¿Acaso no matan a los caballos?), que narra un maratón de baile. Otras novelas con elementos autobiográficos son I should have stayed home (Luces de Hollywood), sobre un joven actor que intenta encontrar trabajo en el Hollywood de los años 30, y No pockets in a shroud, sobre un heroico y poco apreciado reportero.

fuente:Wikipedia

Robert y Gloria al igual que miles de personas llegan a Hollywood en busca de una oportunidad que le haga salir de la miseria en que viven. Son los años de la Gran Depresión, los años 30 y mientras esperan una oportunidad participan en un maraton de baile que parece una forma facil de obtener dinero rapido.


...Me puse en pie. Por un instante vi nuevamente a Gloria sentada en aquel banco del muelle. El proyectil le había penetrado por un lado de la cabeza; ni siquiera manaba sangre de la herida. El fogonazo de la pistola iluminaba todavía su rostro. Todo fue de lo más sencillo.

Estaba relajada, completamente tranquila. El impacto del proyectil hizo que su cara se ladeara hacia el otro lado; no la veía bien de perfil pero podía apreciar lo suficiente para saber que sonreía. El fiscal se equivocó cuando dijo al jurado que había muerto sufriendo, desvalida, sin amigos, sola salvo por la compañía de su brutal asesino en medio de la noche oscura a orillas del Pacífico.

Estaba muy equivocado. No sufrió. Estaba completamente relajada y tranquila y sonreía. Era la primera vez que la veía sonreír. ¿Cómo podía decir pues el fiscal que sufrió? Y no es verdad que careciera de amigos.

Yo era su mejor amigo. Era su único amigo. Por tanto, ¿qué era eso de que no tenía amigos?

lunes, 18 de abril de 2011

El ropero de las mujeres de Manolo Martinez


Manolo Martinez (Carmona, 1963), reune en este libro sus colaboraciones en la prensa local y algunos cuentos y poemas. Un batiburrilo - como El ropero de las mujeres, según su autor-. donde conviven reflexiones sobre temas triviales, con la opinión sobre serios asuntos locales y de otros ámbitos, de carácter social, politico y cultural; en el que dibuja son soltura humor e ironia, perfiles de entrañables personajes de Carmona.

... Frente al Teatro Cerezo, en el corazón de la calle San Pedro, entre jeringos, churros o calentitos, Chari Bella se gana la vida.

Lectora incasable, transforma su negocio en sala de Lectura (sin moquetas, ni silencio, ni iluminación estudiada).

El orto es la sirena que avisa del inicio de una jornada de trabajo. Agua, harina, sal, levadura, aceite, fuego y tiempo.

Todo ello medido con la sapiencia de nuestras abuelas: la pizca, el puñadito, el chorrito. En Este mundo obsesionado con una malsana actitud, donde todo es medible y pesable en milímetros, perviven como una bocanada de aire fresco las medidas que marca el corazón.


Espirales de masa frita giran vertiginosas, en ese infierno redondo llamado perol. Entre cliente y cliente cambia el papel de estraza por el fino papel del libro de turno. Hasta en los papeles hay clases.
En tres metros cuadros, ocio y negocio; pasamos del trabajo a esa impensable biblioteca, fronteriza al calor del perol.
En cada rueda de jeringos va un pensamiento, que compra por el mismo precio el cliente, sin saberlo. Masticamos con la masa frita un sinfin de palabras escritas en el aceite con dos enormes estilográficas ardientes.
Junto al manjar matutino, su conversación, sin levadura que exagere el contenido, ni aditivos que disfracen la materia prima: el buen sentido.
Saber hacer de lo cotidiano algo diferente es un arte reservado para algunos privilegiados. Es aprender a exprimir el finito limón de la vida, es poner en práctica esa sabia máxima de Carpe diem: aprovecha el momento.

En la tahona de tu sonrisa

Me gusta meterme en tu risa

y cerrar la puerta.

Se está bien aquí dentro,
tanto, como para vivir en ella
el resto de mis días.

Es tu risa una paloma
que zurea en mi almohada
mientras camina la noche.

Es el mástil, donde
entreveradas co nuestras tormentas,
sobreviven tus caricias.

Es la sierpe que me roedea,
y me envenena el deseo,

sin la venia de mi orgullo.


Me gusta pisarle los pies al pasado
y revivir la tarde de los viernes
que nos aliviaban de la rutina,
al mostrarnos
los muslos turgentes
del fin de semana.

Mientras tú tiendes,
sin alfileres que lo coarten
mi amor,
para que crezca, sin levadura,

en la tahona de tu sonrisa.


Este relato y esta poesía forman parte de "El Ropero de la mujeres," espero que disfrutéis de su lectura.

sábado, 2 de abril de 2011

Carmona a vuela pluma, edición de Antonio Montero Alcaide

José María Requena Barrera (Carmona, Sevilla, 18 de abril de 1925 - Sevilla, 13 de julio de 1998) es un novelista, poeta, ensayista y periodista español.

Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y graduado en Periodismo por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Fue fundador junto a un grupo de jóvenes poetas sevillanos de la revista Guadalquivir, primera tras la postguerra civil española.

En 1955, con "La sangre por las cosas", logra ser finalista del Premio Adonáis de poesía y dicha obra se publica en la prestigiosa Colección Agora. Su primer destino periodístico fue en La Gaceta del Norte, de Bilbao, que le retuvo en tierras vascas hasta 1964, año en que regresa a Sevilla, primero como subdirector de El Correo de Andalucía y entre 1975 y 1978 como director, en plena transición política española. A partir de 1978, apartado del periodismo activo, se dedica de lleno a la producción literaria. Antes, en 1972, había obtenido el Premio Nadal de novela con su primera obra, "El cuajarón". A este premio se suman otros, como el Premio Aljarafe de cuentos por su obra "La cuesta y otros cuentos", en 1979. En 1981 obtiene el Premio Villa de Bilbao con su novela "Pesebres de caoba", y en 1983 el Premio Luis Berenguer de novela con "Las naranjas de la capital son agrias". En 1985, consigue el Ciudad de Granada, con su novela "Agua del sur". En 1992 obtiene el Premio Ciudad de Sevilla de Periodismo.

fuente:Wikipedia

Este libro, cuya edición ha realizado Antonio Montero Alcaide, reune, a modo de peculiar antología, textos con los que José María Requena colaboró en distintas revistas y publicaciones de Carmona, desde el año 1945 hasta 1997, así como algunos escritos inéditos.


...En Carmona le conocen todos por Fernando el de la necrópolis. Es un viejo huesudo y girocho que se pasea ya por las sabias cornisas de los ochenta, vestido siempre con esa telilla rayada y ligera que viene a ser uniforme para los gañanes del bajo Guadalquivir. Mas de medio siglo lleva este hombre sencillo y solemne en aquel cementerio romano donde cumple funciones de guarda, de guia de turismo y hasta de cosechero de almendras, que maduran entre tumba y tumba.

Con tan sólo sus primeras letras y un par de libros sobre la Carmona arqueológica, se ha mantenido en aquel paisaje con la alegre tozudez de quien sabe en lo suyo, en aquel lugar y modo para el que se nace. Y en este sentido, no importa que Fernando el de la necrópolis viniera a la vida sin más perspectivas que la de la arada y la siega o la dura recogida de la aceituna. Sin conocer siguiera la fachada de un institunto de enseñanza media, y sin más cultura que la de la sangre, como su hubiera dicho Garcia Lorca, se enfrentó con las excavaciones de don Jorge Bonsor allá por los años últimos del pasado siglo.

Y Fernando no volvió más a los olivares ni a los cortijos. Se sintió llamado por todo aquello que resucitaba del fondo de la tierra; por aquellas estatuas y aquellos abalorios arrancados de entre raíces....
Y para cuando fue levanto el edificio del museo, ya era casi antigua aquella casita de un solo piso y de corte hortelano en la que Fernando sigue viviendo todavia. Y deletreando, deletraando, se aprendió de memoria y de entusiasmo toda la minima erudición que se precisa para enseñar y explicar la importancia de su necrópolis.

Y, por supuesto, Fernando es solemne en el andar, en el decir, y en los gestos. Seria absurdo negar que Fernando provocara la risa del visitante en el fondo mismo de la primera tumba, cuando traduce una inscripción latina. Aparece el gañan Fernando cuando engola el tono de voz para recitar una frase de lengua muerta, que él considera muertísima para conocimiento de todos los turistas que no sean curas o catedraticos....

viernes, 18 de marzo de 2011

Amor se escribre sin hache de Enrique Jardiel Poncela

Enrique Jardiel Poncela, Madrid, 15 de octubre de 1901 – Madrid, 18 de febrero de 1952, fue un escritor y dramaturgo español. Su obra, relacionada con el teatro del absurdo, se alejó del humor tradicional acercándose a otro más intelectual, inverosímil e ilógico, rompiendo así con el naturalismo tradicional imperante en el teatro español de la época.

Esto le supuso ser atacado por una gran parte de la crítica de su tiempo, ya que su humor hería los espíritus más sensibles y abría un abanico de posibilidades cómicas que no siempre eran bien entendidas. A esto hay que sumar sus posteriores problemas con la censura franquista. Sin embargo, el paso de los años no ha hecho sino acrecentar su figura y sus obras siguen representándose en la actualidad, habiéndose rodado además numerosas películas basadas en ellas. Murió de cáncer, arruinado y en gran medida olvidado, a los 50 años.


Amor se escribe sin hache fue su primera novela (1.929) donde nos cuenta en clave de humor una historia de amor, con grandes dosis de ironía, en que los dos protagonistas pasean sus sentimientos por algunas ciudades europeas.

.../..

Decir "te quiero, amor mío", o cualquier otra cosa semejante, siempre me ha costado mucho trabajo. No sé a qué achacar esto, porque es preciso advertir que cuando he querido, he querido con toda el alma: o lo que es igual, he hecho sufrir de lo lindo a las predilectas de mi corazón. (¿Sadismo? ¡A lo mejor!).

No tengo preferencia por las rubias o por las morenas, pues ya dije otra vez que los tintes no me interesan lo más mínimo. Me gustan las mujeres de expresión altiva. (¿Masoquismo? ¡Vaya usted a saber!).
Soy fetichista, como todo sensual.

Sobre las mujeres tengo ideas que no se parecen en nada a las prístinas. En la adolescencia las mujeres me parecían hermosas, buenas y superiores al hombre. Hoy el hombre y la mujer me parecen igual de miserables. Hace años se me antojaba una monstruosidad el que la Iglesia hubiera vivido siglos enteros sin reconocer la existencia del alma femenina. En la actualidad, opino que la Iglesia tenía razón y que reconoció la existencia del alma en la mujer demasiado pronto.

He dicho antes que nunca me he dirigido a ninguna mujer, porque a la mujer, como al cocodrilo, hay que cazarla y la caza es un deporte que no me interesa; esforzarse por lograr una mujer me parece una pérdida de tiempo semejante a la de darle a comer a una ternera el contenido de una lata de sardinas en aceite. Don Juan Tenorio no era, a mi juicio, ni un caso clínico ni un héroe; era, sencillamente, un cretino sin ocupaciones importantes. La mujer que aspire a que la quiera, suponiendo que esa mujer exista, que no lo dudo, tiene que venir a buscarme, como vinieron las anteriores, pues en eso ya he dicho que estoy muy mal acostumbrado, y entonces ya veremos si nos entendemos. Además, con respecto a ellas, sostengo un criterio cerradísimo: o se acomodan a mí, a mis gustos, a mi carácter y a mis aficiones, o me hago un nudo en el corazón y las digo adiós con melancólica entereza.

Una mujer que no se acomoda a nosotros tiene menos valor que un lavafrutas, aunque sea Friné rediviva; porque "la mujer ideal", que ilumina nuestra existencia y la simplifica y la allana, es acreedora a todo pero "la mujer real", que nos la oscurece, y la complica, y la llena de obstáculos, únicamente merece que la tiremos por el hueco del ascensor. (Creo que Larra ganó en prestigio muriéndose del pistoletazo que se disparó, pues al suicidarse por el desvío de una mujer demostraba que su privilegiado cerebro había entrado en el período de la decadencia.)

Sólo en un aspecto es la mujer inferior al hombre. En el aspecto de que estando en la obligación de personificar la ternura, la paz, la comprensión, la dulzura, la paciencia; estando en el deber de alegrarle y facilitarle la vida al hombre, se esfuerza en hacer todo lo contrario. (Y a causa de esto, es digna de las censuras más agrias.)

El hombre, ofuscado y cegado por la belleza femenina, ha exaltado a la mujer...




miércoles, 2 de marzo de 2011

El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez

Gabriel José de la Concordia García Márquez (Aracataca, Colombia, 6 de marzo de 1927), es un novelista, cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura.

Gabriel García Márquez ha sido inextricablemente relacionado con el realismo mágico y su obra más conocida, la novela Cien años de soledad, es considerada una de las más representativas de este género literario. En 2007, la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española lanzaron una edición popular conmemorativa de esta novela, por considerarla parte de los grandes clásicos hispánicos de todos los tiempos. El texto fue revisado por el propio Gabriel García Márquez.

.../..Desde que la vio por primera vez cuando fue a su casa a llevarle un telegrama, Florentino Ariza se enamoró de Fermina Daza y comenzó a conquistarla con sus apasionadas cartas y a mirarla desde un banco del parque frente a su casa. Ella se negó por un tiempo a corresponderle, después sucumbiría a ese amor, y es cuando encuentra la oposición del padre, quien la envía lejos para que lo olvide. Después de un período, cuando ella regresa y ve a Florentino, se desilusiona de ese amor platónico y lo rechaza. Al poco tiempo conoce al doctor Juvenal Urbino, quien había llegado de París al finalizar sus estudios de medicina. Después de un noviazgo breve, animada por su padre y aunque no estaba enamorada de él, se casan. Se van seis años de viaje a Europa y regresa embarazada de su primer hijo, cambiada y como una feliz pareja que ha tenido tiempo de enamorarse. Durante este lapso Florentino ha pensado en ella todo el tiempo y, a pesar de que incumple su promesa de mantenerse virgen para ella, pues tiene cantidad de relaciones amorosas, sigue enamorado y decidido a que algún día ella será para él, es decir, cuando muera el esposo.../..

fuente: Wikipedia

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Era imposible saber si fue Europa o el amor lo que los hizo distintos, pues las dos cosas ocurrieron al mismo tiempo. Ambos lo eran, y a fondo, no sólo con ellos mismos sino con todo el mundo, como lo percibió Florentino Ariza cuando los vio a la salida de misa dos semanas después del regreso, aquel domingo de su desgracia. Volvieron con una concepción nueva de la vida, cargados de novedades del mundo, y listos para mandar. Él con las novedades de la literatura, de la música, y sobre todo las de su ciencia. Trajo una suscripción de Le Figaro, para no perder el hilo de la realidad, y otra de la Revue des Deux Mondes para no perder el hilo de la poesía. Había hecho además un acuerdo con su librero de París para recibir las novedades de los escritores más leídos, entre ellos Anatole France y Pierre Loti, y de los que más le gustaban, entre ellos Remy de Gourmont y Paul Bourget, pero en ningún caso Émile Zola, que le parecía insoportable, a pesar de su valiente irrupción en el juicio de Dreyfus. El mismo librero se comprometió a mandarle por correo las novedades más seductoras del catálogo de Ricordi, sobre todo de música de cámara, para mantener el título bien ganado por su padre de primer promotor de conciertos en la ciudad.

Fermina Daza, siempre contraria a los rigores de la moda, trajo seis baúles con ropas de tiempos diversos, pues no la convencieron las grandes marcas. Había estado en las Tullerías, en pleno invierno, para el lanzamiento de la colección de Worth, el ineludible tirano de la alta costura, y lo único que consiguió fue una bronquitis que la tumbó cinco días en la cama.

Laferriére le pareció menos pretencioso y voraz, pero su decisión sabia fue arrasar con lo quemás le gustaba en las tiendas de saldos, a pesar de que el esposo juraba aterrado que eran ropas de muertos. Así mismo, trajo cantidades de zapatos italianos sin marca, que prefirió a los renombrados y extravagantes de Ferry, y trajo una sombrilla de Dupuy, roja como los fuegos del infierno, que dio mucho de qué escribir a nuestros asustadizos cronistas sociales.

Sólo compró un sombrero de Madame Reboux, pero en cambio llenó un baúl de racimos decerezas artificiales, ramilletes de cuantas flores de fieltro le fue posible encontrar, ramazones de plumas de avestruz~ morriones de pavorreales, colas de gallos asiáticos, faisanes enteros, colibríes, y una variedad innumerable de pájaros exóticos disecados en pleno vuelo, en plenogrito, en plena agonía: todo cuanto había servido en los últimos veinte años para que los mismos sombreros parecieran otros. Trajo una colección de abanicos de diversos países del mundo, y uno distinto y apropiado para cada ocasión. Trajo una esencia perturbadora escogida...



viernes, 18 de febrero de 2011

El túnel de Ernesto Sabato

Ernesto Sabato (Rojas, Provincia de Buenos Aires, 24 de junio de 1911 - Santos Lugares, 30 de abril de 2011) fue un escritor, ensayista, físico y pintor argentino. Escribió tres novelas: El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador, e innumerables ensayos sobre la condición humana.

Ernesto Sábato nació el 24 de junio de 1911 en la ciudad de Rojas, Provincia de Buenos Aires, Argentina, hijo de Francesco Sabato y Giovanna María Ferrari. Ambos eran inmigrantes italianos de origen arbëreshë provenientes de Calabria. El padre era de Fuscaldo y la madre de San Martino di Finita. Su familia pertenecía a la clase media y el propio Sabato la definió como "clásica y jerárquica". Sobre ellos, declaró a uno de sus biógrafos: "Mi padre era severísimo y yo le tenía terror, mi madre me escondía debajo de la cama matrimonial para evitarme un castigo...

fuente:Wikipedia


"El túnel" es una novela de estructura psicológica, presenta en el personaje de María Iribarne la comprensión de la totalidad y el absoluto a la vez que las zonas ocultas de misterio que impulsarán a Juan Pablo Castel a asesinarla. El pintor, al dar forma a su obsesión interna, debe renunciar a cualquier otra opción, en un proceso a la vez constructivo y destructivo que centrará el análisis de las motivaciones del crimen. Obra esencial de Ernesto Sabato, El túnel nos entrega los elementos básicos de su visión metafísica del existencialismo. Es una obra en la que abunda el pesimismo en cada diálogo o pensamiento de los personajes.

"El túnel", como llamó Sabato a su libro, es lo oscuro del alma, lo que el hombre pretende conocer como la verdad.


"...en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío".


Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.
Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase "todo tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que "todo tiempo pasado fue peor", si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza. ¡Cuántas veces he quedado plastado durante horas, en un rincón oscuro del taller, después de leer una noticia en la sección policial!. Pero la verdad es que no siempre lo más vergonzoso de la raza humana aparece allí; hasta cierto punto, los criminales son gente más limpia, más inofensiva; esta afirmación no la hago porque yo mismo haya matado a un ser humano: es una honesta y profunda convicción. ¿Un individuo es pernicioso?. Pues se lo liquida y se acabó. Eso es lo que yo llamo una buena acción. Piensen cuánto peor es para la sociedad que ese individuo siga destilando su veneno y que en vez de eliminarlo se quiera contrarrestar su acción recurriendo a anónimos, maledicencia y otras bajezas semejantes. En lo que a mí se refiere, debo confesar que ahora lamento no haber aprovechado mejor el tiempo de mi libertad, liquidando a seis o siete tipos que conozco.
Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejó de hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva.

No es de eso, sin embargo, de lo que quiero hablar ahora; ya diré más adelante, si hay ocasión, algo más sobre este asunto de la rata.
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miércoles, 2 de febrero de 2011

La madre de Maximo Gorki

Máximo Gorki, o Maxim Gorki 28 de marzo de 1868 - Moscú, 18 de junio de 1936 fue un escritor ruso identificado con el movimiento revolucionario soviético.
De 1932 a 1990 su ciudad natal (Nizhny Nóvgorod) llevó el nombre de Gorki en su honor.

Aleksei Peshkov fue hijo de un tapicero que con mucho trabajo y esfuerzo mejoró más tarde su posición social. El joven Gorki, por su parte, a muy corta edad comenzó a desempeñarse en oficios variados hasta que decidió abandonar el hogar paterno para hacer su vida independiente. En el transcurso de 18 años, desde 1875 hasta 1893, el autor trabajó como empleado de pintor, ayudante de panadero, camarero de barco, empleado de ferrocarriles y hasta como vendedor de bebidas.

Toda la experiencia acumulada a lo largo de sus correrías, enriquecería más tarde el bagaje temático del escritor. De hecho, sus vivencias y las de las personas con quienes trabajó y convivió dieron vida a los relatos de sus obras autobiográficas Infancia, Entre los hombres y Mis universidades.

De hecho, una de sus experiencias, su permanencia como pasante de abogado, fue la que despertó su gusto por la literatura y su interés por la cultura. En adelante, la lectura fue actividad crucial en sus días y más tarde dio vida a sus primeras narraciones: Makar-Tchudra (1892) o Tchelkach (1895).

Fuente:Wikipedia


Creer y creer ciegamente en una verdadera y posible revolución, capaz de mejorar la existencia del hombre era el sueño de Máximo Gorki y así que inspirándose en los sucesos de la fabrica de Sornovo durante la revolución rusa de 1905, Gorki escribe La madre. Gorki tenia un sueño, un ideal social al que seria fiel hasta el final de sus días Gorki soñó con hacer posible la consecución de una verdadera mejora de la vida social de los obreros brutalmente castigados por la época de la industrialización.


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-Quiero saber la verdad.
Su voz era baja pero firme, y sus ojos brillaban de obstinación. En su corazón, ella comprendió que su hijo se había consagrado Para siempre a algo misterioso y terrible. Todo, en la vida, le había parecido inevitable: estaba acostumbrada a someterse sin reflexionar, y solamente se echó a llorar, dulcemente, sin encontrar palabras, el corazón oprimido por la pena y la angustia.

-¡No llores! -dijo Paul con voz tierna; pero a la madre le pareció que le decía adiós.
-Reflexiona, ¿qué vida es la nuestra? Tú tienes cuarenta años, y, sin embargo, ¿es que verdaderamente has vivido? Padre te pegaba... Comprendo ahora que se vengaba sobre ti de su propia miseria, de la miseria de la vida, que lo ahogaba sin que él comprendiese por qué. Había trabajado treinta años; empezó cuando la fábrica no tenía más que dos edificios, ¡y ahora tiene siete!

Ella escuchaba con terror y avidez. Los ojos de su hijo brillaban, hermosos y claros; apoyando el pecho en la mesa, se había acercado a su madre, y tocando casi su rostro bañado en lágrimas, decía por primera vez lo que había comprendido. Con toda la fe de la juventud y el ardor del discípulo, orgulloso de sus conocimientos en cuya verdad cree religiosamente, hablaba de todo lo que para él era evidente; y hablaba menos para su madre, que para verificar sus propias convicciones. Algunos momentos se detenía, cuando le faltaban las palabras, y entonces veía el afligido rostro en el que brillaron los ojos bondadosos, llenos de lágrimas, de terror y de perplejidad. Tuvo lástima de su madre, y siguió hablando, pero esta vez de ella, de su vida.

-¿Qué alegrías has conocido tú? ¿Puedes decirme qué ha habido de bueno en tu vida?
Ella escuchaba y movía tristemente la cabeza: experimentaba el sentimiento de algo nuevo que no conocía, alegría y pena, y esto acariciaba deliciosamente su corazón dolorido. Era la primera vez que oía hablar así de ella misma, de su vida, y aquellas palabras despertaban pensamientos vagos, dormidos hacía mucho tiempo; reavivaban dulcemente el sentir apagado de una insatisfacción oscura de la existencia, reanimaban las ideas e impresiones de una lejana juventud. Contó su niñez, con sus amigas, habló largamente de todo, pero, como las demás, no sabía más que quejarse: nade explicaba por qué la vida era tan penosa y difícil. Y he aquí que su hijo estaba allí sentado, y todo lo que decían sus dos, su rostro, sus palabras, todo aquello llegaba a su corazón, la llenaba le orgullo ante su hijo que comprendía tan bien la vida de su madre, le hablaba de sus sufrimientos, la compadecía.

No suele compadecerse a las madres.
Ella lo sabía. Todo lo que decía Paul de la vida de las mujeres era la verdad, la amarga verdad; y palpitaban en su pecho una muchedumbre de dulces sensaciones, cuya desconocida ternura confortaba su corazón.

-Y entonces, ¿qué quieres hacer?
-Aprender, y luego enseñar a los otros. Los obreros debemos estudiar. Debemos saber, debemos comprender dónde está el origen de la dureza de nuestras vidas.

Era dulce para la madre ver los ojos azules de su hijo, siempre serios y severos, brillar ahora con tanta ternura y afecto. En los labios de Pelagia apareció una leve sonrisa de contente, mientras en las arrugas de sus mejillas temblaban aún las lágrimas. Se sentía dividida interiormente: estaba orgullosa de su hijo, que tan bien veía las razones de la miseria de la existencia; pero tampoco podía olvidar que era joven, que no hablaba como sus compañeros, y que se había resuelto a entrar solo en lucha contra la vida rutinaria que los otros, y ella también, llevaban. Quiso decirle: «Pero, niño..., ¿qué puedes hacer tú?»

Paul vio la sonrisa en los labios de su madre, la atención en su rostro, el amor en sus ojos; creyó haberle hecho comprender su verdad, y el juvenil orgullo de la fuerza de su palabra, exaltó su fe en sí mismo. Lleno de excitación, hablaba, tan pronto sarcástico como frunciendo las cejas; algunas veces, el odio resonaba en su voz, y cuando su madre oía aquellos crueles acentos, sacudía la cabeza, espantada, y le preguntaba en voz baja:
-¿Es verdad eso, Paul?
-¡Sí! -respondía él con voz firme.

Y le hablaba de los que querían el bien del pueblo, que sembraban la verdad y a causa de ello eran acosados como bestias salvajes, encerrados en prisión, enviados al penal por los enemigos de la existencia.
-He conocido a estas gentes gritó- con ardor: son las mejores del mundo.
Pero a su madre la aterrorizaban, y preguntaba una vez más a su hijo: «¿Es verdad eso?»

No se sentía segura. Desfallecida, escuchaba los relatos de Paul sobre aquellas gentes, incomprensibles para ella, que habían enseñado a su hijo una manera de hablar y de pensar, tan peligrosa para él...

martes, 18 de enero de 2011

Una habitación propia de Virginia Woolf

Adeline Virginia Woolf (Stephen de soltera; Londres, 25 de enero de 1882 – Lewes, Sussex, 28 de marzo de 1941) fue una novelista, ensayista, escritora de cartas, editora, feminista y escritora de cuentos británica, considerada como una de las más destacadas figuras del modernismo literario del siglo XX.

Durante el período de entreguerras, Woolf fue una figura significativa en la sociedad literaria de Londres y un miembro del grupo de Bloomsbury. Sus obras más famosas incluyen las novelas La señora Dalloway (1925), Al faro (1927) y Orlando: una biografía (1928), y su largo ensayo Una habitación propia (1929), con su famosa sentencia «Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción». Fue redescubierta durante la década de 1970, gracias a este ensayo, uno de los textos más citados del movimiento feminista, que expone las dificultades de las mujeres para consagrarse a la escritura en un mundo dominado por los hombres.../..

fuente:Wikipedia


Pero, me diréis, le hemos pedido que nos hable de las mujeres y la novela. ¿Qué tiene esto que ver con una habitación propia? Intentaré explicarme.Cuando me pedisteis que hablara de las mujeres y la novela, me senté a orillas de un río y me puse a pensar qué significarían esas palabras. Quizás implicaban sencillamente unas cuantas observaciones sobre Fanny Burney; algunas más sobre Jane Austen; un tributo a las Brontë y un esbozo de la rectoría de Haworth bajo la nieve; algunas agudezas, de ser posible, sobre Miss Mitford; una alusión respetuosa a George Eliot; una referencia a Mrs. Gaskell y esto habría bastado. Pero, pensándolo mejor, estas palabras no me parecieron tan sencillas.

El título las mujeres y la novela quizá significaba, y quizás era éste el sentido que le dabais, las mujeres y su modo de ser; o las mujeres y las novelas que escriben; o las mujeres y las fantasías que se han escrito sobre ellas; o quizás estos tres sentidos estaban inextricablemente unidos y así es como queríais que yo enfocara el tema. Pero cuando me puse a enfocarlo de este modo, que me pareció el más interesante, pronto me di cuenta de que esto presentaba un grave inconveniente. Nunca podría llegar a una conclusión. Nunca podría cumplir con lo que, tengo entendido, es el deber primordial de un conferenciante:
entregaros tras un discurso de una hora una pepita de verdad pura para que la guardarais entre las hojas de vuestros cuadernos de apuntes y la conservarais para siempre en la repisa de la chimenea.

Cuanto podía ofreceros era una opinión sobre un punto sin demasiada importancia: que una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas; y esto, como veis, deja sin resolver el gran problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la novela. He faltado a mi deber de llegar a una conclusión acerca de estas dos cuestiones; las mujeres y la novela siguen siendo, en lo que a mí respecta, problemas sin resolver. Mas para compensar un poco esta falta, voy a tratar de mostraros cómo he llegado a esta opinión sobre la habitación y el dinero. Voy a exponer en vuestra presencia, tan completa y libremente como pueda, la sucesión de pensamientos que me llevaron a esta idea. Quizá si muestro al desnudo las ideas, los prejuicios que se esconden tras esta afirmación, encontraréis que algunos tienen alguna relación con las mujeres y otros con la novela. De todos modos, cuando un tema se presta mucho a controversia —y cualquier cuestión relativa a los sexos es de este tipo— uno no puede esperar decir la verdad. Sólo puede explicar cómo llegó a profesar tal o cual opinión. Cuanto puede hacer es dar a su auditorio la oportunidad de sacar sus propias conclusiones observando las limitaciones, los prejuicios, las idiosincrasias del conferenciante. Es probable que en este caso la fantasía contenga más verdad que el hecho.

Os propongo, por tanto, haciendo uso de todas las libertades y licencias de una novelista, contaros la historia de los dos días que han precedido a esta conferencia; contaros cómo, abrumada por el peso del tema que habíais colocado sobre mis hombros, lo he meditado e incorporado a mi vida cotidiana.../..

domingo, 2 de enero de 2011

El bosque animado de Wenceslao Fernández Flóres

Wenceslao Fernández Flórez (La Coruña, 11 de febrero de 1885 - Madrid, 29 de abril de 1964) fue un escritor, periodista y humorista español.
Hijo mayor de Fernando José Augusto y de María Josefa de Todos los Santos, la muerte de su padre cuando tenía quince años le obligó a dejar los estudios y trabajar como periodista.

Empezó en el diario coruñés La Mañana y posteriormente colaboró en El Heraldo de Galicia, Diario de A Coruña y Tierra Gallega. A los 17 años dirigió el Semanario La Defensa de Betanzos, prensa contra el capitalismo feroz y a favor de los Agraristas, durante un año y con tan sólo 18 años dirigió el Diario Ferrolano que en aquella época era el diario más actualizado tecnológicamente. Después pasó a dirigir El Noroeste de La Coruña. En 1913 fue a Madrid como empleado en la Dirección General de Aduanas, pero abandonó ese cargo para trabajar en El Imparcial y poco después en 1914 ABC, donde empezó a publicar sus "Acotaciones de un oyente", una serie de crónicas parlamentarias que le hicieron muy famoso, y que luego reunirá en Crónicas parlamentarias (1914-1936). También escribió en El Liberal y Tribuna. Desde Madrid continúa manteniendo relaciones con el diario La Mañana y con la prensa gallega.

En 1913 es el primer verano que pasan en San Salvador de Cecebre, toda la familia a excepción de su hermana que había fallecido recientemente. Después de conocer la belleza del espacio y del paisanaje vendrán todos los años hasta el final de sus días, primero a la casa de Carmen en Piñeiro y finalmente se establecerán en su casita en el apeadero 14, hoy Casa Museo y Centro de interpretación del escritor, bajo los auspicios de su Fundación, de la Diputación de la Coruña y del Ayuntamiento de Cambre...

fuente: Wikipedia


...Éste es el libro de la fraga de Cecebre.
San Salvador de Cecebre es una parroquia de Galicia, rugosa, frondosa y amena. Para representar gráficamente su suelo bastaría entrecruzar los dedos de ambas manos, que así se entrecruzan sus montes, todos verdes y de pendientes suaves. Ni llanuras ni tierras ociosas. Gente honesta que no desdeña ni el vino nuevo ni las costumbres antiguas, y cuyo vago amor a lo extraordinario les impele a buscar en el Santoral los nombres que juzgan más infrecuentes o más bellos al bautizar a sus hijos. Parece que está en el fin del mundo, pero en los días de noroeste el aullido de las sirenas de los transatlánticos que anclan en La Corana llega hasta allí, salvando quince kilómetros, y aviva en el alma de los labriegos esa ansia de irse que empujó a los celtas por toda Europa en siglos de penumbra, y los reparte hoy por ambos hemisferios.

En el idioma de Castilla, fraga quiere decir breñal, lugar escabroso poblado de maleza y de peñas. Pero tal interpretación os desorientaría, porque fraga, en la lengua gallega, significa bosque inculto, entregado a sí mismo, en el que se mezclan variadas especies de árboles. Si fuese sólo de pinos o sólo de castaños o sólo de robles, sería un bosque, pero ya no sería una fraga.

Cuando un hombre consigue llevar a la fraga un alma atenta, vertida hacia fuera, en estado —aunque transitorio— de novedad, se entera de muchas historias. No hay que hacer otra cosa que mirar y escuchar, con aquella ternura y aquella emoción y aquel afán y aquel miedo de saber que hay en el espíritu de los niños. Entonces se comprende que existe otra alma allí, infinitas almas; que está animado el bosque entero; almas infantiles también, pequeñitas y variadas, como mariposas, y que se entienden, sin hablar, con la nuestra, como se entienden entre sí los niños pequeñitos que tampoco saben hablar. Pero los hombres suelen llevar rayada ya —como un disco gramofónico— la superficie endurecida de su ánimo, con sus lecturas y sus meditaciones, con sus placeres y sus ocupaciones, con sus cariños y sus aborrecimientos. Y van de aquí para allá, pero siempre suenan lo mismo, como sonaría el disco en aparatos diversos, y ellos no pueden escuchar nunca más que la propia voz de su vida ya cuajada. Es en vano que pasen de la montaña al mar o de las calles asfaltadas a los senderillos aldeanos, porque la aguja de cualquier emoción correrá fatalmente por las rayitas de su alegría o de su desgracia y sonará la canción de siempre. Si esos hombres se asoman a la fraga, piensan que el aire es bueno de respirar, o en cuánto dinero producirá la madera, o en la dulzura de pasear entre la sombra verde con su amada, o en devorar una comida sobre el musgo, cerca del manantial donde pondrían a refrescar las botellas. Nada más pensarían, y en nada de ello estaría la fraga, sino ellos. ¡Triste obsesión que hace tan pequeños los horizontes de la vida como el redondel de un disco! ¡Yo, yo, yo!, va raspando la aguja hasta ese final que copia tan bien los estertores humanos.

Éste es el libro de la fraga de Cecebre. Si alguno de esos hombres llega a hojearlo, ¿podrá encontrar la ternura un poco infantil necesaria para gustar sus historias?

Pero también hubo en la fraga un personaje solemne, con alma desdeñosa y seca.
Veréis:
Los árboles tienen sus luchas. Los mayores asombran a los pequeños, que crecen entonces con prisa para hacerse pronto dueños de su ración de sol, y al esparcir las raíces bajo la tierra, hay algunos quizá demasiado codiciosos que estorban a los demás en su legítimo empeño de alimentarse. Pero entre todos los seres vivos de la fraga son los más pacíficos, los más bondadosos, los que poseen un alma más sencilla e ingenua. Conviene saber que carecen absolutamente de vanidad. Nacen en cualquier parte e ignoran que sólo por el hecho de crecer allí, aquel lugar queda embellecido. No se aburren nunca porque no miran a la tierra, sino al cielo, y el cielo cambia tanto, según las horas y según las nubes, que jamás es igual a sí mismo. Cuando los hombres buscan la diversidad, viajan. Los árboles satisfacen ese afán sin moverse. Es la diversidad la que se aviene a pasar incesantemente sobre sus copas...

...Un día llegaron unos hombres a la fraga de Cecebre, abrieron un agujero, clavaron un poste y lo aseguraron apisonando guijarros y tierra a su alrededor. Subieron luego por él, prendiéronle varios hilos metálicos y se marcharon para continuar el tendido de la línea.

Las plantas que había en torno del reciente huésped de la fraga permanecieron durante varios días cohibidas con su presencia, porque ya se ha dicho que su timidez es muy grande. Al fin, la que estaba más cerca de él, que era un pino alto, alto, recio y recto, dijo:
—Han plantado un nuevo árbol en la fraga...