viernes, 18 de marzo de 2011

Amor se escribre sin hache de Enrique Jardiel Poncela

Enrique Jardiel Poncela, Madrid, 15 de octubre de 1901 – Madrid, 18 de febrero de 1952, fue un escritor y dramaturgo español. Su obra, relacionada con el teatro del absurdo, se alejó del humor tradicional acercándose a otro más intelectual, inverosímil e ilógico, rompiendo así con el naturalismo tradicional imperante en el teatro español de la época.

Esto le supuso ser atacado por una gran parte de la crítica de su tiempo, ya que su humor hería los espíritus más sensibles y abría un abanico de posibilidades cómicas que no siempre eran bien entendidas. A esto hay que sumar sus posteriores problemas con la censura franquista. Sin embargo, el paso de los años no ha hecho sino acrecentar su figura y sus obras siguen representándose en la actualidad, habiéndose rodado además numerosas películas basadas en ellas. Murió de cáncer, arruinado y en gran medida olvidado, a los 50 años.


Amor se escribe sin hache fue su primera novela (1.929) donde nos cuenta en clave de humor una historia de amor, con grandes dosis de ironía, en que los dos protagonistas pasean sus sentimientos por algunas ciudades europeas.

.../..

Decir "te quiero, amor mío", o cualquier otra cosa semejante, siempre me ha costado mucho trabajo. No sé a qué achacar esto, porque es preciso advertir que cuando he querido, he querido con toda el alma: o lo que es igual, he hecho sufrir de lo lindo a las predilectas de mi corazón. (¿Sadismo? ¡A lo mejor!).

No tengo preferencia por las rubias o por las morenas, pues ya dije otra vez que los tintes no me interesan lo más mínimo. Me gustan las mujeres de expresión altiva. (¿Masoquismo? ¡Vaya usted a saber!).
Soy fetichista, como todo sensual.

Sobre las mujeres tengo ideas que no se parecen en nada a las prístinas. En la adolescencia las mujeres me parecían hermosas, buenas y superiores al hombre. Hoy el hombre y la mujer me parecen igual de miserables. Hace años se me antojaba una monstruosidad el que la Iglesia hubiera vivido siglos enteros sin reconocer la existencia del alma femenina. En la actualidad, opino que la Iglesia tenía razón y que reconoció la existencia del alma en la mujer demasiado pronto.

He dicho antes que nunca me he dirigido a ninguna mujer, porque a la mujer, como al cocodrilo, hay que cazarla y la caza es un deporte que no me interesa; esforzarse por lograr una mujer me parece una pérdida de tiempo semejante a la de darle a comer a una ternera el contenido de una lata de sardinas en aceite. Don Juan Tenorio no era, a mi juicio, ni un caso clínico ni un héroe; era, sencillamente, un cretino sin ocupaciones importantes. La mujer que aspire a que la quiera, suponiendo que esa mujer exista, que no lo dudo, tiene que venir a buscarme, como vinieron las anteriores, pues en eso ya he dicho que estoy muy mal acostumbrado, y entonces ya veremos si nos entendemos. Además, con respecto a ellas, sostengo un criterio cerradísimo: o se acomodan a mí, a mis gustos, a mi carácter y a mis aficiones, o me hago un nudo en el corazón y las digo adiós con melancólica entereza.

Una mujer que no se acomoda a nosotros tiene menos valor que un lavafrutas, aunque sea Friné rediviva; porque "la mujer ideal", que ilumina nuestra existencia y la simplifica y la allana, es acreedora a todo pero "la mujer real", que nos la oscurece, y la complica, y la llena de obstáculos, únicamente merece que la tiremos por el hueco del ascensor. (Creo que Larra ganó en prestigio muriéndose del pistoletazo que se disparó, pues al suicidarse por el desvío de una mujer demostraba que su privilegiado cerebro había entrado en el período de la decadencia.)

Sólo en un aspecto es la mujer inferior al hombre. En el aspecto de que estando en la obligación de personificar la ternura, la paz, la comprensión, la dulzura, la paciencia; estando en el deber de alegrarle y facilitarle la vida al hombre, se esfuerza en hacer todo lo contrario. (Y a causa de esto, es digna de las censuras más agrias.)

El hombre, ofuscado y cegado por la belleza femenina, ha exaltado a la mujer...




miércoles, 2 de marzo de 2011

El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez

Gabriel José de la Concordia García Márquez (Aracataca, Colombia, 6 de marzo de 1927), es un novelista, cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura.

Gabriel García Márquez ha sido inextricablemente relacionado con el realismo mágico y su obra más conocida, la novela Cien años de soledad, es considerada una de las más representativas de este género literario. En 2007, la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española lanzaron una edición popular conmemorativa de esta novela, por considerarla parte de los grandes clásicos hispánicos de todos los tiempos. El texto fue revisado por el propio Gabriel García Márquez.

.../..Desde que la vio por primera vez cuando fue a su casa a llevarle un telegrama, Florentino Ariza se enamoró de Fermina Daza y comenzó a conquistarla con sus apasionadas cartas y a mirarla desde un banco del parque frente a su casa. Ella se negó por un tiempo a corresponderle, después sucumbiría a ese amor, y es cuando encuentra la oposición del padre, quien la envía lejos para que lo olvide. Después de un período, cuando ella regresa y ve a Florentino, se desilusiona de ese amor platónico y lo rechaza. Al poco tiempo conoce al doctor Juvenal Urbino, quien había llegado de París al finalizar sus estudios de medicina. Después de un noviazgo breve, animada por su padre y aunque no estaba enamorada de él, se casan. Se van seis años de viaje a Europa y regresa embarazada de su primer hijo, cambiada y como una feliz pareja que ha tenido tiempo de enamorarse. Durante este lapso Florentino ha pensado en ella todo el tiempo y, a pesar de que incumple su promesa de mantenerse virgen para ella, pues tiene cantidad de relaciones amorosas, sigue enamorado y decidido a que algún día ella será para él, es decir, cuando muera el esposo.../..

fuente: Wikipedia

.../..
Era imposible saber si fue Europa o el amor lo que los hizo distintos, pues las dos cosas ocurrieron al mismo tiempo. Ambos lo eran, y a fondo, no sólo con ellos mismos sino con todo el mundo, como lo percibió Florentino Ariza cuando los vio a la salida de misa dos semanas después del regreso, aquel domingo de su desgracia. Volvieron con una concepción nueva de la vida, cargados de novedades del mundo, y listos para mandar. Él con las novedades de la literatura, de la música, y sobre todo las de su ciencia. Trajo una suscripción de Le Figaro, para no perder el hilo de la realidad, y otra de la Revue des Deux Mondes para no perder el hilo de la poesía. Había hecho además un acuerdo con su librero de París para recibir las novedades de los escritores más leídos, entre ellos Anatole France y Pierre Loti, y de los que más le gustaban, entre ellos Remy de Gourmont y Paul Bourget, pero en ningún caso Émile Zola, que le parecía insoportable, a pesar de su valiente irrupción en el juicio de Dreyfus. El mismo librero se comprometió a mandarle por correo las novedades más seductoras del catálogo de Ricordi, sobre todo de música de cámara, para mantener el título bien ganado por su padre de primer promotor de conciertos en la ciudad.

Fermina Daza, siempre contraria a los rigores de la moda, trajo seis baúles con ropas de tiempos diversos, pues no la convencieron las grandes marcas. Había estado en las Tullerías, en pleno invierno, para el lanzamiento de la colección de Worth, el ineludible tirano de la alta costura, y lo único que consiguió fue una bronquitis que la tumbó cinco días en la cama.

Laferriére le pareció menos pretencioso y voraz, pero su decisión sabia fue arrasar con lo quemás le gustaba en las tiendas de saldos, a pesar de que el esposo juraba aterrado que eran ropas de muertos. Así mismo, trajo cantidades de zapatos italianos sin marca, que prefirió a los renombrados y extravagantes de Ferry, y trajo una sombrilla de Dupuy, roja como los fuegos del infierno, que dio mucho de qué escribir a nuestros asustadizos cronistas sociales.

Sólo compró un sombrero de Madame Reboux, pero en cambio llenó un baúl de racimos decerezas artificiales, ramilletes de cuantas flores de fieltro le fue posible encontrar, ramazones de plumas de avestruz~ morriones de pavorreales, colas de gallos asiáticos, faisanes enteros, colibríes, y una variedad innumerable de pájaros exóticos disecados en pleno vuelo, en plenogrito, en plena agonía: todo cuanto había servido en los últimos veinte años para que los mismos sombreros parecieran otros. Trajo una colección de abanicos de diversos países del mundo, y uno distinto y apropiado para cada ocasión. Trajo una esencia perturbadora escogida...