sábado, 18 de junio de 2011

El pais bajo mi piel de Gioconda Belli

Gioconda Belli (Managua, Nicaragua, 9 de diciembre de 1948) .
Es una de las más populares escritoras nicaragüenses.

Comenzó a escribir poesía, siendo premiada por sus poemas en 1970. Se opuso a la dictadura del general Somoza. Esto le valió verse obligada a emprender el exilio rumbo a México y Costa Rica. Fue durante años refugiada política. El régimen de Somoza la había condenado a prisión. Desde 1970 fue militante revolucionaria del Frente Sandinista de Liberación Nacional FSLN, organizacíon clandestina y perseguida cuyo objeto era la eliminación del régimen de Somoza. Tras su final ocupó cargos en el nuevo gobierno revolucionario. Destaca como autora de poesía y de novela. Primero con obras poéticas como Línea de Fuego, premio Casa de las Americas 1.978, Truenos y Arco Iris y De la costilla de Eva. Más tarde, en 1988, publicó una exitosa novela, titulada La mujer habitada.

Su libro “Sobre la grama” le ganó en 1972, el premio de poesía más prestigioso del país en esos años, el “Mariano Fiallos Gil” de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua.

En 1988, Belli publicó su primera novela “La Mujer Habitada”
en 1990 "Sofia de los presagios"
en 1996 " Waslala"
en 2008 " El infinito en la palma de la mano"
en 2.010 " El país de las mujeres"

fuente:Wikipedia

El País bajo mi piel (2.001) un testimonio-memoria de sus años en el sandinismo. Con la sinceridad e intimidad de quien cuenta confidencias, Gioconda Belli relata en este libro los años decisivos de su vida. Con la prosa fluida y poética que le ha ganado tantos lectores en el mundo, nos hace acompañarla en su viaje interior hacia el descubrimiento del amor, la sexualidad y la maternidad, así como hacia la convicción de que haciendo la revolución podía cambiar la realidad de su país. Sun pretenciones de poseer la verdad absoluta, esta mujer apasionada, madre, intelectual y revolucionaria, nos presenta una visión amorosa y crítica de uno de los procesos revolucionarios más memorables de América Latina.

En un texto rico en registros, la autora va revelando los acontecimientos que la llevaron a vivir dos experiencias muy diferentes: una vida en la revolución sandinista hasta 1990, y una vida de escritora en California desde entonces. Con el amor como fuerza articuladora de su existencia, Gioconda reivindica en este testimonio aquello de que "lo personal es político" y defiende ardientemente el valor de la pasión, el romanticismo y el idealismo".

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De como terminaron cuarenta y cinco años de dictadura (San José, Managua, 1979) A principios de junio el avance revolucionario era incontenible, en casi todas las ciudades de Nicaragua se combatía en las calles, en su oficina a prueba de bombas, conocida como el bunker, Somoza se aferraba a los restos de su poder.
Volví a ver a modesto un par de veces más antes de que se marchara definitivamente a nicaragua, otra vez nos despedimos y un día de tantos, en San José –a través del equipo de radio con el que manteníamos comunicación con los frentes de guerra en el interior del país, lo oí hablar desde la norteña ciudad de Matagalpa, algo como náusea se me agolpó en el pecho cuando lo imaginé atrincherado en la pequeña ciudad, un lugar de brumas y clima fresco, con callecitas de tierra apisonada que se perdían en las montañas circundantes, la zona, asediada por la guardia nacional, era bombardeada por aire incesantemente, me preocupé, pero también me alegré por él, al fin se hallaba en nicaragua, combatiendo al lado de sus tropas, allí habría querido estar yo, la retaguardia era importante, pero ansiaba que llegara el momento de poder participar en el esfuerzo fundamental de aquella lucha: el combate dentro del país.

Mi casa era un centro de actividades sandinistas, todo el día salía y entraba gente en el apartamento al que nos mudamos cuando mermaron nuestros ingresos porque yo dejé de recibir un salario, era pequeño y se hallaba cerca de la universidad, Maryam y Melissa seguían yendo a la escuela, Camilo, un bebé gordito, pelirrojo, bellísimo, daba sus primeros pasos, Sergio sufría mi desamor mal disimulado, el exceso de trabajo, los viajes, apenas dejaban tiempo para resolver las tensiones que se acumulaban entre los dos. Él se aferraba a mí, pero yo, abotagada por la intensidad de las emociones y los menesteres que cada día traía consigo, era insensible y hasta cruel, sola y confundida rumiaba mi disyuntiva, a menudo deseaba que Sergio fuera menos bueno, complaciente, y perseverante, habría sido más fácil rechazarlo, a pesar de su dogmatismo, de su rigidez moralista que me irritaba, Sergio era un hombre de una nobleza extraordinaria, mucho mejor pareja, en muchos sentidos, que modesto cuyo carácter mostraba suficientes señales de peligro como para que yo advirtiera la precaria y efímera felicidad que podía ofrecerme.

¡Ah, pero qué ciegos podemos ser los seres humanos cuando nos enamoramos! yo quería a Sergio, no podía menos que quererlo, pero de modesto me había enamorado terrible, ciega e irremediablemente, puesta a escoger entre ambos, no sabía qué hacer, los quería a los dos, juntos formaban mi hombre perfecto, desafortunadamente, no vivía en una tribu donde fuera lícita la poliandria.

San José se había convertido en el refugio de cuantos huían de nicaragua y de quienes, viendo próximo el fin de la dictadura, trataban de aliarse a los vencedores, banqueros, economistas, empresarios privados se ofrecían para trabajar en los planes de reconstrucción que se pondrían en marcha cuando se fuera Somoza, no le decíamos que no a nadie, nos alegraba contar con tantas inteligencias dispuestas, Malena, su marido, Eduardo y yo organizamos grupos de trabajo para elaborar los planes del nuevo gobierno, otros propusieron nombres de personas para ocupar cargos ministeriales, el gabinete incluía una sola mujer: Lea Guido, ministra de bienestar social, algunas de nosotras protestamos por la ausencia de nombres femeninos, pero nuestras protestas cayeron en el vacío.

Junio y julio de 1979 fueron meses frenéticos, se liberaban ciudades: león fue la primera. luego Diriamba, Masaya, Matagalpa, Jinotepe, Estela, cada día salían vuelos clandestinos desde san José hacia los frentes de guerra, siempre que podía me acercaba a la casa donde funcionaba la radio que nos comunicaba con los frentes de guerra, me enteraba de las órdenes, del desorden y el avance de los combates. a las nueve, todas las noches, los comandantes de cada frente conferenciaban con palo alto, la estación de radio a cargo de Humberto ortega en san José, se me ponía la piel de gallina escuchando los partes, el informe de las acciones, las historias de heroísmo de los combatientes que ya a estas alturas actuaban con un arrojo temerario, el embajador norteamericano, Lawrence Pezullo, intentaba desesperadamente negociar la permanencia de algunos generales de la guardia nacional en un ejército sin Somoza, en una reunión especial de la OEA, Washington propuso que una fuerza interamericana de paz interviniera en nicaragua, su propuesta fue derrotada por el voto de la mayoría de países latinoamericanos.

De ese último mes sólo recuerdo la punzante sensación de irrealidad que me seguía a las reuniones en las que periodistas o políticos me hacían preguntas cuyas respuestas me tocaba improvisar, cosas como qué haría el gobierno revolucionario con la propiedad privada, con la guardia somocista, si tendríamos relaciones con cuba, con Moscú, a veces me daba la impresión de que no hablaban de mi pequeño país, abandonado por todos durante medio siglo a merced de un dictador sanguinario, sino de un país poderoso donde se decidirían asuntos cruciales para el futuro de América latina. a la par de la simpatía, abundaba la desconfianza hacia nosotros, hasta los periodistas nos daban consejos, me enorgullecía comprobar que la lucha sandinista había logrado capturar la simpatía de muchos, la gente se sentía emocionalmente involucrada con el resultado final de un triunfo que, a esas alturas, pocos ponían en duda.

En la retaguardia no descansábamos, nos turnábamos para hacer un poco de todo, igual repartíamos panfletos que hacíamos, turnos en la radio o llevábamos armas de aquí para allá arriesgándose a desafiar a la guardia a pesar de su inferioridad técnica, era una guerra de locos, el pueblo alzado desbordaba a menudo las capacidades de los comandantes sandinistas para dirigirlo, el 28 de junio en Managua, ante una ofensiva gigantesca de la guardia nacional contra los barrios orientales, el estado mayor del frente interno ordenó el repliegue de las fuerzas guerrilleras a Masaya, al atardecer, cuando los compañeros iniciaron la retirada, miles de pobladores decidieron sumarse a ellos, los combatientes se vieron obligados a apacentar un rebaño de más de tres mil personas a lo largo de treinta kilómetros, caminando por cauces y veredas en silencio para no alertar a la aviación y al ejército de la dictadura, la mayoría de este río humano logró llegar con vida a Masaya, ciudad liberada, en la madrugada del día siguiente, aquel repliegue multitudinario bajo las mismas narices de la guardia nacional, convirtió un revés militar en un triunfo extraordinario, se salvaron miles de personas que habrían perecido en los bombardeos que la aviación de Somosa empezó no bien salió el sol.

El 4 de junio se inició en Managua la última huelga general, patrullas de la guardia nacional recorrían la ciudad silenciosa a la espera de la batalla final, veinticinco localidades del país se hallaban alzadas en armas, sus calles interrumpidas por trincheras hechas con sacos, adoquines, puertas arrancadas, camiones volcados con las llantas quemadas, los barrios orientales de Managua quedaron prácticamente deshabitados, por todas partes pululaban los guerrilleros clandestinos, en uno de esos barrios fue asesinado Bill Stewart, periodista de la cadena ABC, mientras su camarógrafo filmaba, él se acercó al retén del ejército, un soldado le ordenó tenderse en el suelo con las manos cruzadas detrás de la nuca, después de darle una patada, el soldado con un gesto displicente lo mató como a un perro de un disparo en la cabeza, Bill Stewart sería el primer sorprendido de una muerte tan súbita, su cuerpo dio un salto y se quedó quieto sobre el pavimento, el camarógrafo, que había filmado el asesinato, tuvo la presencia de ánimo para retirarse y logró sacar la filmación del país, esa noche estaciones de televisión en todo el mundo transmitieron el material, lo recuerdo perfectamente, jamás olvidaré la imagen escalofriante del soldado, la absoluta naturalidad con que apuntó y disparó. se puso en evidencia lo que los nicaragüenses enfrentaban a diario, las fotos de Susan Meiselas, la destacada y valiente fotógrafa de la agencia gamma, habían aparecido en las primeras planas de los diarios en estados unidos: gente huyendo de los bombardeos, cadáveres incinerados en las calles de Matagalpa, Estelí, León, todas ciudades principales de Nicaragua; pero lo de Bill Stewart causó la conmoción que no lograron provocar cientos de asesinatos anónimos, su muerte fue decisiva para que Somoza perdiera el favor de Estados Unidos.

Poco después la guardia somocista abatió a balazos al chofer y camillero de una ambulancia de la cruz roja, la comunidad internacional reaccionó.

El 17 de junio de 1979, México, Costa Rica, Ecuador y Panamá rompieron relaciones diplomáticas con Gomosa, el sandinismo anunció en Costa Baca la formación del gobierno provisional, compuesto por Violeta Chamorro, la viuda de Pedro Joaquín, Moisés Hassan, profesor de matemáticas y miembro del movimiento Pueblo Unido, Alfonso Róbelo, empresario privado, Daniel Ortega por el FSLN y Sergio Ramírez por el grupo de los doce....


jueves, 2 de junio de 2011

La tristeza del samurái de Victor del Árbol


Victor del Árbol
Soy el hijo mayor de una familia numerosa. Mis padres llegaron a Barcelona cuando todavía no era una ciudad olímpica ni posmoderna, sino la de Porcioles, los barrios de Bellvitge y La Mina y el Carrilet. Mi padre fue boxeador, legionario y mil cosas más. Mi madre es una mujer menuda, silenciosa y de una increíble inteligencia emotiva. Ella nos impuso ir cada día a la biblioteca del barrio, para poder trabajar por las tardes limpiando.
A los 14 años quise ser misionero, gracias a un sacerdote de barrio, el Pere Adell. Nunca volví a verle, pero recuerdo su voz y que tenía soriasis. Gracias a él ingresé en el seminario diocesano de Nuestra Señora de Montealegre, durante los que son, sin duda, los mejores años de mi vida: de compañeros, de estudios, de vivencias. Interno, lejos de casa, donde otros veían prisión yo encontré libertad.

Me enamoré de una chica, y a los dieciocho años le pregunté a Dios si podría aceptar a un sacerdote incapaz de respetar el celibato. Esa misma pregunta se la hice al rector del Seminario, Monseñor Prats, y la respuesta fue que no, así que abandoné mis estudios y me puse a buscar trabajo. Por aquel entonces mis padres habían vuelto a Almendralejo, en Extremadura.

Un día vi a un policía Nacional en la calle. Una madre estaba abofeteando salvajemente a su hijo pequeño. El policía se bajó del patrulla, detuvo a la madre y se sentó en la acera con el niño. Parece ridículo, pero eso me hizo pensar. Quise ser policía, o algo por el estilo. Encontré un anuncio de la Generalitat, buscaban gente con valores, buenos principios, fe democrática y en los derechos humanos para crear la base de una nueva policía...

Me gradué como Mosso d'Esquadra en el 92, el año mágico de Barcelona... ¿quién podía dejar de soñar con un futuro mejor? La Escuela, la escolta en el domicilio de Pujol, El Palau de la Generalitat, la Protección de Menores, mil destinos que han ido dejando un cierto poso de desengaño, pero ¿sabe? aún me acuerdo de ese policía nacional, y gracias a él sigo creyendo en mi trabajo al margen de ideologías o políticas que cambian cada cuatro años.

Obras:
  • El peso de los Muertos (2006) Premio Tiflos de Novela
  • El abismo de los sueños (2008) finalista en el premio Fernando de Lara.

La tristeza del samurái: dos tramas se desarrollan de forma paralela; una en Extremadura en el año 1941; la otra en Barcelona en 1981. Un crimen cometido durante la posguerra española produce consecuencias en tres generaciones de la familia Alcalá y en aquellos que se han cruzado en sus vidas durante cuarenta años. Complots, secuestros, asesinatos, torturas, violencia machista, son algunos ingredientes de esta fantástica novela.

Con un estilo descriptivo pero no por ello lento, el autor narra los acontecimientos ocurridos y poco a poco va entrelazando los personajes de ambas tramas, entrando en la psicología de cada uno de ellos. El resultado es una magnífica novela de intriga e investigación, de sentimientos y rencores, de amor y odio, de ambición y dolor, de hipocresía y sobre todo de culpa, una lacra que se transmite de generación en generación, donde los hijos heredan los delitos de los padres y los nietos los de sus abuelos.


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—No hay consuelo para lo que tu familia me hizo, Marta Alcalá. Ni siquiera la venganza me lo da, pero puedo redimirte con el mismo dolor que me dieron los tuyos. Sé qué clase de mujer eres. Te crees mejor que yo. Me consideras un bárbaro. —Cogió la pluma y se la ofreció—. Entiendo que te cause repulsa, lo entiendo, de verdad. Eres esa clase de mujer que eleva el ego de cualquier hombre: guapa, culta, voluptuosa... Sabes que dominas a los hombres, piensas que tus piernas y tus tetas lo pueden todo. Pero conmigo no te van a servir tus encantos. Yo lo único que veo es un cordero, un cordero que debe expiar los pecados de otros. Y créeme, haré lo necesario para exprimirte hasta sacarte todo lo que llevas dentro. Te dejaré vacía, Marta, como vacío estoy yo. Y sí, disfrutaré haciéndolo. Así que no me provoques, porque nadie vendrá a rescatarte. Escribe el nombre de los asesinos de tu familia, escribe sus pecados. —Su voz era glaciar, tranquila y amenazante. Como la mirada de pedernal.
Marta cogió la pluma. Los dedos le temblaban. Suspendió un instante la afilada punta en el aire.
—¡Empieza a escribir! —gritó de repente el hombre, dando un golpe con la palma de la mano encima de la mesa.
Marta se encogió. Tomó la pluma y con trazo titubeante escribió:
«Yo, Marta Alcalá, nieta de Marcelo Alcalá, declaro que mi abuelo fue el vil asesino de Isabel Mola...»Entonces, su mano se detuvo.
—Continúa. —El hombre la cogió por el cuello. La estaba ahogando.
«...Y que mi padre, César Alcalá, así como yo misma, somos también culpables de ese crimen, pues llevamos tan ignominioso apellido...»El hombre pareció darse por satisfecho. Aflojó la presión sobre su cuello y acercando al oído de Marta su boca babosa le escupió palabras afiladas como agujas.
—Todo el mundo te da por desaparecida, nadie sabe que estás aquí, y eso significa que eres mía. Puedo hacerte lo que quiera, golpearte, torturarte, puedo ordenarle a mis hombres que te violen... Quizá engendres otro maldito depravado que añadir a tu familia.
De repente Marta sintió un fuerte golpe en la nuca y dio de bruces contra el suelo.
A partir de ese momento se abrieron las puertas del infierno.
Se sucedieron los golpes, los gritos y los insultos. Aquel monstruo la obligaba a permanecer en cuclillas. Cuando las piernas se le dormían y los dedos de los pies le sangraban y se caía al suelo, la arrastraba por los pelos y la obligaba a empezar otra vez. Después la zarandeaba, pasándola de mano en mano. Le tocaba los pechos por encima de la ropa, le metía la mano en la entrepierna y le decía toda clase de obscenidades en la cara. El hombre hablaba, amenazaba, cambiaba el ritmo y se tornaba amable y complaciente, y luego volvía a ser agresivo. Pero Marta no oía la mayor parte de lo que le decía. Veía moverse su boca sin labios pero las palabras se esfumaban en cuanto tocaban el aire. Su mente vagaba en otra parte.
Cuando se cansó de aquella danza tenebrosa, el hombre la desnudó. Marta no se resistió. No era más que una muñeca de trapo. Lo dejó hacer.
El hombre la observaba con parsimonia. Reconoció que era hermosa, a pesar de los cardenales que le llenaban buena parte del cuerpo y de la suciedad de excrementos resecos en la cara interior de los muslos. Se acercó despacio. Tirando de la cabellera hacia atrás, obligó a Marta a que lo mirase a los ojos.
—¿No comprendes tu situación todavía? Te arrancaré los ojos con una cuchara, quemaré esos bonitos pezones negros que tienes, te joderé por cada uno de tus bonitos agujeros hasta que me harte... Y aun así, no te dejaré morir. No hasta que yo lo decida.
Marta no contestó. Se tapaba como podía el pubis y el pecho. Sus ojos tenían una mirada de abandono, sin luz, sin esperanza.
No era esa la mirada que el hombre quería provocar. Esperaba un temblor bovino en sus pupilas, la asunción de todos los terrores que ella pudiera imaginar. Un pánico tal que la arrojase al vacío, que la empujase a decir lo que él quisiera escuchar. Era metódico y frío, la violencia era un medio para alcanzar un fin; únicamente cuando ya había obtenido el resultado apetecido se convertía en un placer...