sábado, 2 de abril de 2011

Carmona a vuela pluma, edición de Antonio Montero Alcaide

José María Requena Barrera (Carmona, Sevilla, 18 de abril de 1925 - Sevilla, 13 de julio de 1998) es un novelista, poeta, ensayista y periodista español.

Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y graduado en Periodismo por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Fue fundador junto a un grupo de jóvenes poetas sevillanos de la revista Guadalquivir, primera tras la postguerra civil española.

En 1955, con "La sangre por las cosas", logra ser finalista del Premio Adonáis de poesía y dicha obra se publica en la prestigiosa Colección Agora. Su primer destino periodístico fue en La Gaceta del Norte, de Bilbao, que le retuvo en tierras vascas hasta 1964, año en que regresa a Sevilla, primero como subdirector de El Correo de Andalucía y entre 1975 y 1978 como director, en plena transición política española. A partir de 1978, apartado del periodismo activo, se dedica de lleno a la producción literaria. Antes, en 1972, había obtenido el Premio Nadal de novela con su primera obra, "El cuajarón". A este premio se suman otros, como el Premio Aljarafe de cuentos por su obra "La cuesta y otros cuentos", en 1979. En 1981 obtiene el Premio Villa de Bilbao con su novela "Pesebres de caoba", y en 1983 el Premio Luis Berenguer de novela con "Las naranjas de la capital son agrias". En 1985, consigue el Ciudad de Granada, con su novela "Agua del sur". En 1992 obtiene el Premio Ciudad de Sevilla de Periodismo.

fuente:Wikipedia

Este libro, cuya edición ha realizado Antonio Montero Alcaide, reune, a modo de peculiar antología, textos con los que José María Requena colaboró en distintas revistas y publicaciones de Carmona, desde el año 1945 hasta 1997, así como algunos escritos inéditos.


...En Carmona le conocen todos por Fernando el de la necrópolis. Es un viejo huesudo y girocho que se pasea ya por las sabias cornisas de los ochenta, vestido siempre con esa telilla rayada y ligera que viene a ser uniforme para los gañanes del bajo Guadalquivir. Mas de medio siglo lleva este hombre sencillo y solemne en aquel cementerio romano donde cumple funciones de guarda, de guia de turismo y hasta de cosechero de almendras, que maduran entre tumba y tumba.

Con tan sólo sus primeras letras y un par de libros sobre la Carmona arqueológica, se ha mantenido en aquel paisaje con la alegre tozudez de quien sabe en lo suyo, en aquel lugar y modo para el que se nace. Y en este sentido, no importa que Fernando el de la necrópolis viniera a la vida sin más perspectivas que la de la arada y la siega o la dura recogida de la aceituna. Sin conocer siguiera la fachada de un institunto de enseñanza media, y sin más cultura que la de la sangre, como su hubiera dicho Garcia Lorca, se enfrentó con las excavaciones de don Jorge Bonsor allá por los años últimos del pasado siglo.

Y Fernando no volvió más a los olivares ni a los cortijos. Se sintió llamado por todo aquello que resucitaba del fondo de la tierra; por aquellas estatuas y aquellos abalorios arrancados de entre raíces....
Y para cuando fue levanto el edificio del museo, ya era casi antigua aquella casita de un solo piso y de corte hortelano en la que Fernando sigue viviendo todavia. Y deletreando, deletraando, se aprendió de memoria y de entusiasmo toda la minima erudición que se precisa para enseñar y explicar la importancia de su necrópolis.

Y, por supuesto, Fernando es solemne en el andar, en el decir, y en los gestos. Seria absurdo negar que Fernando provocara la risa del visitante en el fondo mismo de la primera tumba, cuando traduce una inscripción latina. Aparece el gañan Fernando cuando engola el tono de voz para recitar una frase de lengua muerta, que él considera muertísima para conocimiento de todos los turistas que no sean curas o catedraticos....

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