domingo, 19 de julio de 2009

Nacho Albert Bordallo - Rumbo a Vyronia

III
Arreciaba la tormenta y el insano propósito de engendrar dos horribles criaturas:
Frankenstein de Mary Shelley y El vampiro de Polidori.
Una plétora de uñas y colmillos crecen todavía entre los huesos de Byron
con la porfía del abrojo.

Mar y penumbra eran sus compañeros de viaje cuando escritas con sangre afloraron
las palabras precisas: vida y tránsito;
y remontaba la amargura si oía expirar a Allegra.

En el agua estercórea hundió el remo Percy y la goleta arribó a la orilla de Caronte.
Si en sueños se debatía el vate entre Grecia e Italia o la malaria y la epilepsia,
su vigilia discurría entre la exacerbada carnalidad y los sabios consejos de Goethe:
vender el alma al diablo entre otros tardos suicidios.

Únicamente faltó tiempo a su obra porque cuenta la leyenda que los mártires
y los amados de los dioses mueren siempre jóvenes.
Aún restalla su voz de sepulturero en el conspicuo Rincón de los Poetas.

Nadie ha osado firmar el final de sus tribulaciones,
plausible modo de rendir pleitesía.
Descansa en paz, amigo mío;
tu corazón y tu vida han sido grandes y hermosos.

lunes, 13 de julio de 2009

Rumbo a Vyronia de Nacho Albert Bordallo


II

Un hombre acaudalado saqueaba a los dioses.
Del manto oscuro sustraía una estrella para trabarla en su atuendo de fantasía.
No dudaba en aseverar que hacer el amor era tan factible como hacer la guerra.

Con idéntica destreza mataba en la trinchera los días pares

como copulaba en un canal los impares con dos féminas y tres tiernos mancebos.
Aunque Thomas Moore urdió infinidad de jácaras para dignificar su vivir,
el incesto y la promiscuidad mancillan hoy las páginas de su biografía.

Detractor de seres cerriles y miradas torvas, halló en la esgrima y el boxeo

cobijo contra el pánico y la acechante vulgaridad.
Se desvivía por abandonarse a su suerte, engrosar su nómina de impúdicas patricias
y meretrices con ínfulas, codiciosas todas de su hombría,

con cintura de avispa pero aguijón quebrado, y dinamitar si acaso el delusorio prisma de la sociedad británica.

Aquel poeta gustaba de flirtear con el frío y el óbito,
ambos tantas veces el mismo.