jueves, 2 de septiembre de 2010

El difunto Matías Pascal de Luigi Pirandello

Nació el 28 de junio de 1867 en Villaseta de Càvusu, llamada actualmente Xaos (en todo caso la etimología de tal lugar, según el mismo Pirandello, derivaría de la palabra griega Kaos). En el siglo XX Càvusu/Xaos se ha transformado en una "contrada" o suburbio de la ciudad siciliana de Agrigento, motivo por el que es frecuente que en muchos textos se dé como lugar de nacimiento la ciudad de Agrigento, e incluso la ciudad vecina de Porto Empedocle...

...El casamiento, que parecía inminente, fue pospuesto y Pirandello se inscribió en la Universidad de Palermo en los departamentos de Leyes y Letras. En el campus de la universidad cultivó la amistad de jóvenes ideólogos como Enrico La Loggia, Giusseppe De Felice Giuffrida and Francesco De Luca.

De allí pasó en 1887 a la Universidad de Roma, donde protagonizó un serio incidente con un profesor, por lo que se vio obligado a abandonar la Casa de Estudios. Se trasladó a Bonn donde se doctoró el 21 de marzo de 1891 con una tesis en alemán que versa sobre la lengua siciliana. Al poco tiempo, regresó a Italia.

El 27 de enero de 1894 en Girgenti contrae matrimonio con María Antonietta Portulano. El mismo año publica su primer libro de relatos, Amores sin amor.

Desde 1897 enseñó literatura italiana en el Instituto Superior de Magisterio. Un cataclismo provoca daños irreparables en la mina de azufre en la que su padre tenía invertidos sus bienes y la dote de Maria Antonietta, lo que le causó graves dificultades económicas y a una fuerte depresión. Publicó en 1904 su novela El difunto Matías Pascal, posiblemente basada en esa traumática experiencia, que se constituyó en un enorme éxito, siendo traducida rápidamente a varios idiomas.

Su acercamiento al partido fascista en los años veinte fue un hecho extraño, aunque no puede desligarse de su proximidad a cierta vanguardia italiana. Pero pidió la entrada directamente a Mussolini, tras el asesinato de Giacomo Matteotti en 1924, y apoyó al mandatario por ese hecho. Todo ello causó un gran desazón entre sus lectores y en la ciudadanía italiana sojuzgada; para algunos fue el suyo un modo de ir contra la corriente intelectual, pero lo cierto es que el Régimen le nombró a continuación presidente de la Accademia italiana recién fundada, lo cual, eso sí, más bien lo alejó de esa compañía política. Y si bien logró tanto el premio Nobel en 1934 como el reconocimiento de su valor como novelista y autor teatral, ese gesto de 1924 no ha dejado de empañar su imagen. Queda el recuerdo de su individualismo a ultranza, de su entierro ascético en una humilde caja, de su original literatura, especialmente de los relatos y las piezas teatrales...

fuente: Wikipedia

Un día Matías Pascal se va a Montecarlo huyendo de sus circunstancias: una suegra que lo martiriza, deudas crecientes y un trabajo que no le satisface. En Montecarlo gana una gran suma de dinero, pero se entera por la prensa que un hombre se ha suicidado y piensan que ha sido él, a partir de entonces será otra persona, pues Matías está muerto y el el convierte en Adriano Meis….

—Yo no, yo no; pero ¿quién habrá sido? Seguramente alguien que se me parecía... Uno que quizá también se dejase la barba como yo..., que tendría mi misma estatura... ¡Y me han identificado! ... Desaparecido hacía unos días... ¡Ah, ya! ¡Hombre, daría cualquier cosa por saber quién ha sido el que me ha identificado! ¿Es posible que aquel desgraciado se pareciese tanto a mí, que fuese vestido como yo, que tuviese tanta semejanza conmigo como para dar el cambiazo? Pero sí, es posible; porque habrá sido ella, mi suegra. ¡Oh! ¡Qué prisa se habrá dado a identificarme! Le habrá parecido mentira seguramente. “¡Es él! ¡Es él! ¡Mi yerno! ¡Ay! ¡Pobre Matíasi ¡Ay! ¡Pobre hijo mío!” Y puede que también haya soltado el trapo a llorar, y hasta que se haya hincado de rodillas junto al cadáver de aquel pobrecillo, que, por desgracia, no habrá podido darle un puntapié y decirle: “¡Anda y vete de aquí, que no te conozco!”

Estaba yo que trinaba. Hasta que, por fin, paróse el tren en otra estación. Abrí la portezuela del coche y lancéme al andén, con la vaga idea de hacer algo, en seguida: un telegrama urgente desmintiendo aquel infundio.

El salto que di del vagón al andén fue mi salvación; como si me hubiese ahuyentado del caletre aquella necia idea, vislumbré en un santiamén... ¡eso!: ¡mi redención, mi libertad, una vida nueva!

Llevaba encima ochenta y dos mil liras, que podría guardarme para mí solito. Estaba muerto: no era ya de este mundo; no tenía ya trampas, ni mujer, ni suegra; ¡no tenía a nadie! ¡Libre! ¡Libre! ¡Libre! ¿Qué más quería?

Extraña figura debía yo hacer, mientras revolvía tales pensamientos, sentado en un banco del andén. Había dejado abierta la portezuela del coche. Vi a mi alrededor mucha gente que me gritaba no sé qué; hasta que, por fin, uno fue y me empujó, gritándome más fuerte:

—¡Que se va el tren!
—¡Pues déjelo que se vaya señor mío! —gritéle a mi vez. ¡Yo hago transbordo!

Asaltóme después una duda: la de si no habrían ya desmetido aquella noticia y reconocido en Miragno el error; si no se habrían presentado los parientes del muerto verdadero a rectificar la falsa identificación.

Antes de entregarme a aquella alegría debía cerciorarme bien, procurarme noticias precisas y con pormenores. Pero, ¿cómo agenciármelas?

No hay comentarios:

Publicar un comentario