sábado, 18 de septiembre de 2010

El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio


Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 4 de diciembre de 1927) es un escritor español -novelista, ensayista, gramático y lingüista- perteneciente a la denominada generación de los años 50 -los niños de la guerra-, premio Cervantes 2004 y Nacional de las Letras 2009. Su fama la debe principalmente a sus novelas El Jarama e Industrias y andanzas de Alfanhuí.

Hijo del escritor y político cauriense Rafael Sánchez Mazas y de la italiana Liliana Ferlosio, nació en Roma, donde su padre era corresponsal del diario ABC. Es hermano del filósofo y matemático Miguel Sánchez-Mazas Ferlosio y del poeta y cantante Chicho Sánchez Ferlosio. Estudió en el colegio jesuita San José de Villafranca de los Barros y posteriormente cursó filología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid, en la que obtuvo el doctorado. En 1950 se hizo novio de la escritora Carmen Martín Gaite, a quien había conocido en la universidad. Se casaron en octubre de 1953 y terminaron separándose amistosamente en 1970.

El Jarama la que supuso la consagración de Sánchez Ferlosio; con ella obtuvo el Premio Nadal en 1955 y el de la Crítica en 1956. El Jarama narra dieciséis horas en la vida de once amigos, un domingo de verano, de excursión en las riberas del río Jarama, en tres frentes: en la orilla del río, en la taberna de Mauricio, donde los habituales parroquianos beben, discuten y juegan a las cartas, y en el río y en la arboleda de la orilla, donde reposan, conversan, etc.

Al acabar el día, un acontecimiento inesperado, el descubrimiento de que una de las jóvenes del grupo se ahogó en el río, da a la descripción de la jornada una extraña poesía triste por la pérdida de la amiga, que hubiera podido tal vez ser salvada, si la amistad tuviese algún poder para evitar lo ya ocurrido. Esto da a la novela un giro imprevisto por el tono de una narración trivial, donde nada importante parece suceder ni parece probable que suceda, y no es inverosímil que una joven se ahogue en un río, ni tiene nada de extraordinario. Enmarcada entre dos pasajes de una descripción geográfica del curso del río Jarama, esta novela es de un realismo absoluto, casi conductista ya que el narrador no se permite ninguna expansión sentimental o interpretativa ni sondeo alguno en la psicología de los personajes. El lenguaje coloquial de los diálogos está presidido por el máximo rigor; sin embargo, se ha llegado a interpretar El Jarama como un relato simbólico o simbolista, pero, en cualquier caso, en relación con Alfanhuí, su obra precedente, su estilo es notoriamente diferente. El narrador sorprende al lector -tanto en Alfanhuí como en el Jarama- porque no le da nunca o casi nunca un mínimo de datos para poder predecir lo que va a suceder. Las grandes diferencias entre Alfanhuí y El Jarama han sido, en general, interpretadas por la crítica posterior más bien como un ejemplo de que Rafael Sánchez Ferlosio es un escritor polifacético y complejo, realista en algunos casos, fantástico en otros, ensayista a menudo, poeta a veces y, con cierta frecuencia, sorprendente o desconcertante.

fuente:Wikipedia

.... Había un puente de seis grandes ojos de ladrillo, y aún más atrás, el de Viveros, junto a las casas de la General. La arboleda, a los pies del ribazo, era una larga isla en forma de huso, que partía la corriente en dos ramas desiguales. La de acá, muy estrecha y ceñida al terraplén, se había dejado secar por el verano y ahora no corría. De modo que la isla estaba unida a la tierra por este costado y se podía pasar a ella en casi toda su longitud, sin más que atravesar el breve lecho de limo rojo y resbaladizo. Tan sólo a la derecha tenía un poco de agua todavía: un brazo muerto, que separaba de tierra el puntal de la isla, formando una península puntiaguda. Frente al vértice de aquella península, donde se unía el brazo muerto con el otro ramal, el agua estaba remansada en un espacioso embalse, contra el dique de cemento de una aceña molinera o regadía. Para bajar a la arboleda, se trocaba el camino en una accidentada escalerilla labrada en la misma tierra del ribazo. — Vamonos ya, que pica el sol. Los peldaños estan romos, casi arrasados. Abajo fue una gran risa cuando una de las chicas patinó sobre el limo y se quedó sentada en las dos estrías que habían dejado sus talones y se le vieron las piernas. Le supo mal a lo primero, sorprendida de verse así, pero en seguida levantó la cabeza riendo, al oír que los otros se reían. — ¡Vaya pato, hija mía!, ¡qué pato soy! — les decía desde el suelo. La cogió Santos por las manos y tiraba hacia arriba, pero ella no conseguía levantarse, de tanta risa que le daba. — ¡Qué pato soy! — repetía feliz. — ¿Te lastimaste? — ¡Qué va! Si está mullido. — Pues nos has dado la función, Carmela — le decía la Mely —; se te ha visto hasta la vacuna. — ¡Bueno! Vaya una cosa más terrible; si no habéis visto más que eso. — Nos ha retratado a todos, eso sí. — Venga, niña; levanta de una vez. — Despacio, hombre, despacio...—y volvía a reírse. — Luego enjuagas la falda en el río, cuando nos bañemos — aconsejaba Alicia ─. Se te seca en un dos por tres. — También fue de los que hacen época el guarrazo que se pegó Fernando el día que fuimos a Navacerrada. ¿Os acordáis? — Ya lo creo. Cada vez le toca a uno. — El que se acuerda soy yo; el daño que me hice con los cantos aquellos del demonio. — Te sentó mal que nos riésemos y todo. — Pues a ver. Me iba a hacer gracia. — ¿Por qué será que todos se ríen siempre que alguno se cae? Basta que uno se caiga para escacharse de risa los demás...
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