sábado, 3 de julio de 2010

Zalacaín el aventurero de Pío Baroja

Pío Baroja, nació el 28 de diciembre de 1872 en San Sebastian, pertenecio a la generación del 98, falleciendo en 1956 en Madrid.

Como estudiante no destacó, más por falta de interés que de talento, y ya por entonces se le apreció un carácter gruñón, arisco y descontentadizo; no simpatizó con profesor alguno y se mostró hipercrítico con todo; ninguna profesión le atraía, sólo escribir no le disgustaba. Leyó bastante filosofía alemana (Inmanuel Kant y Arthur Schopenhauer), decantándose por el pesimismo de este último; su amigo suizo Paul Schmitz le introduciría más tarde en la filosofía de Nietzsche. Tímido y retraído al mismo tiempo, nunca se casó. Tras defender su tesis, marchó en ese mismo año de 1894 a Cestona, en Guipúzcoa, con plaza de médico. Pero el oficio le asqueaba y riñó con el médico viejo, con el alcalde, con el párroco y con el sector católico del pueblo, que le acusaba de trabajar los domingos en su jardín y de no ir a misa, pues, en efecto, era ateo; nunca simpatizó con la iglesia desde su misma niñez, como cuenta en una de sus autobiografías, Juventud, egolatría; tras pasar un año allí volvió, pues, a San Sebastián, dispuesto a ser cualquier cosa menos médico, y encontró su oportunidad en Madrid, donde su hermano Ricardo dirigía una panadería (Viena Capellanes) porque una tía les había legado el negocio; Ricardo le había escrito que estaba harto y quería dejarlo y Pío decidió encargarse él mismo de regentar la tahona. Sobre eso le gastaron bastantes bromas: «Es un escritor de mucha miga, Baroja» — dijo de él Rubén Darío a un periodista. A lo cual respondió el escritor: «También Darío es escritor de mucha pluma: se nota que es indio». Instalado en Madrid, empezó a colaborar en periódicos y revistas, simpatizando con las doctrinas sociales anarquistas, pero sin militar abiertamente en ninguna. Al igual que su conterráneo Miguel de Unamuno, abominó del nacionalismo vasco, contra el que escribió su sátira Momentum catastrophicum.

fuente Wikipedia

Zalacaín el aventurero. novela que junto a "La casa de Aizgorri" y "El mayorazgo de Labraz", constituyen la trilogía novelistica del Pais Vasco. Considerada como una de sus obras más bella, narra la vida de Martin Zalacaín, una especie de héroe clásico que lucha contra la adversidad y el destino en el Pais Vasco de las guerras carlitas.

En el primer libro se narra la infancia de Zalacaín

...Tellagorri no necesitaba de nadie para vivir. Él se hacía la ropa, él se afeitaba y se cortaba el pelo, se fabrica las abarcas, y no necesitaba de nadie, ni de mujer ni de hombre. Así al menos lo aseguraba él.

Tellagorri, cuando le tomó por su cuenta a Martín, le enseñó toda su ciencia. Le explicó la manera de acogotar una gallina sin que alborotase, le mostró la manera de coger los higos y las ciruelas de las huertas sin peligro de ser visto, y le enseñó a conocer las setas buenas de las venenosas por el color de la hierba en donde se crían.

Esta cosecha de setas y la caza de caracoles constituía un ingreso para Tellagorri, pero el mayor era otro.

Había en la Ciudadela, en uno de los lienzos de la muralla, un rellano formado por tierra, al cual parecía tan imposible llegar subiendo como bajando. Sin embargo, Tellagorri dió con la vereda para escalar aquel rincón y, en este sitio recóndito y soleado, puso una verdadera plantación de tabaco, cuyas hojas secas vendía al tabernero Arcale....

en el segundo libro se narran las andanzas y correrias:

....

Los vascos, siguiendo las tendencias de su raza, marchaban a defender lo viejo contra lo nuevo. Así habían peleado en la antigüedad contra el romano, contra el godo, contra el árabe, contra el castellano, siempre a favor de la costumbre vieja y en contra de la idea nueva.

Estos aldeanos y viejos hidalgos de Vasconia y de Navarra, esta semiaristocracia campesina de las dos vertientes del Pirineo, creía en aquel Borbón, vulgar extranjero y extranjerizado, y estaban dispuestos a morir para satisfacer las ambiciones de un aventurero tan grotesco.

Los legitimistas franceses se lo figuraban como un nuevo Enrique IV; y como de allí, del Bearn, salieron en otro tiempo los Borbones para reinar en España y en Francia, soñaban con que Carlos VII triunfaría en España, acabaría con la maldita República Francesa, daría fueros a Navarra, que sería el centro del mundo y, además, restablecería el poder político del Papa en Roma.

Zalacaín se sentía muy español y dijo que los franceses eran unos cochinos, porque debían hacer la guerra en su tierra, si querían.

Capistun, como buen republicano, afirmó que la guerra en todas partes era una barbaridad.

— Paz, paz es lo que se necesita --añadió el gascón--; paz para poder trabajar y vivir.

— ¡Ah, la paz! --replicó Martín contradiciéndole--; es mejor la guerra.

— No, no --repuso Capistun--. La guerra es la barbarie nada más.

Discutieron el asunto; el gascón, como más ilustrado, aducía mejores argumentos, pero Bautista y Martín replicaban:

— Sí, todo eso es verdad, pero también es hermosa la guerra.

Y los dos vascos especificaron lo que ellos consideraban como hermosura. Ambos guardaban en el fondo de su alma un sueño cándido y heroico, infantil y brutal. Se veían los dos por los montes de Navarra y de Guipúzcoa al frente de una partida, viviendo siempre en acecho, en una continua elasticidad de la voluntad, atacando, huyendo, escondiéndose entre las matas, haciendo marchas forzadas, incendiando el caserío enemigo.....

Las ultimas aventuras, se narran en el libro tercero:

...Una tarde de verano, muchos, muchos años después de la guerra, se vió entrar en el mismo día en el cementerio de Zaro a tres viejecitas vestidas de luto.

Una de ellas era Linda; se acercó al sepulcro de Zalacaín y dejó sobre él una rosa negra; la otra era la señorita de Briones, y puso una rosa roja. Catalina, que iba todos los días al cementerio, vió las dos rosas en la lápida de su marido y las respetó y depositó junto a ellas una rosa blanca.

Y las tres rosas duraron mucho tiempo lozanas sobre la tumba de Zalacaín...


Más información sobre Pio Baroja

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